—Señor Mariano, ya revisamos a la señora. Aparte de unos rasguños en la mejilla, no tiene otras lesiones —informó el doctor Segovia, el mejor médico general de Nueva Almería, mientras le entregaba el reporte a Mariano.
—¿Cuándo va a despertar mi esposa? —preguntó Mariano, con el ceño fruncido y la ansiedad reflejada en su mirada.
—La señora Guzmán está demasiado débil. Su nivel de azúcar está por los suelos, parece que lleva dos días sin comer. Si le ayudamos a recuperar fuerzas, pronto va a despertar —respondió el doctor.
¿Dos días sin probar bocado ni tomar nada?
Esa frase golpeó a Mariano como un balde de agua helada. Una culpa profunda se apoderó de él. Había dado por hecho que, en la casa, los empleados y su madre cuidarían de Begoña como se debía. Entre el manejo de Grupo Arias y sus compromisos, ¿cómo no pudo sacar un momento para ir a verla?
—Doctor, hace tiempo mi esposa fue secuestrada. Le tomó mucho tiempo recuperarse del trauma. Me preocupa que esta vez vuelva a tener secuelas, que le regrese todo el miedo y la ansiedad. Por favor, examine si algo anda mal —pidió Mariano, la voz tensa.
—De acuerdo, voy a programar una revisión completa para la señora Guzmán —aseguró el doctor.
...
En ese instante, Ofelia llegó al hospital y se encontró con toda la escena. Al ver a Mariano junto a la cama de Begoña, recordó cuando ella misma se había enfermado y Rubén la cuidó día y noche, sin descansar. El recuerdo le apretó el pecho.
—Hermano, primero tienes que atenderte la herida en la mano —dijo Ofelia, acercándose—. Si te desmayas por perder sangre antes de que mi cuñada despierte, ¿cómo la vas a cuidar?
Pero Mariano ni la volteó a ver. Seguía con el semblante duro, la mirada clavada en Begoña como si el mundo entero se hubiera reducido a ella.
—Tú vete a casa y cuida de Agustín y Tamara —le cortó, sin titubear.
Ofelia se detuvo, sintiendo el rechazo, y mejor llamó a la enfermera para que atendiera la mano de su hermano.
Mariano soportó el dolor de la aguja sin quejarse, ni una sola vez apartó los ojos de Begoña.
...
De pronto, sintió cómo le rodeaban los hombros. Ofelia volteó y, al ver a Margarita, se lanzó a sus brazos y dejó que el llanto le saliera del alma.
—Margarita...
Ambas se sentaron en el jardín central del hospital, rodeadas por tulipanes. No había otra flor a la vista. Ese hospital pertenecía al Grupo Guzmán. Años atrás, cuando Begoña estuvo internada ahí mucho tiempo, se le ocurrió decir que quería ver tulipanes por todo el lugar. Mariano dio la orden y arrancaron todas las demás flores para cumplirle el capricho.
—Ofelia, ya me enteré de todo —le dijo Margarita, ofreciéndole un pañuelo—. Mira, vieja, cuando algo se va es porque algo mejor viene. Siendo la princesa de la familia Guzmán, los pretendientes te van a llover; podrías armar fila desde aquí hasta la Torre Eiffel.
Ofelia apenas sonrió, aunque en sus ojos se asomaba la tristeza.
—Mi mamá seguro quiere echarme de la casa...
A Ofelia se le encogió el alma.
—¿Y mi cuñada? ¿Ella lo sabía?
—Por supuesto que sí —respondió Margarita, su mirada oscura y profunda—. No solo lo sabía, sino que tampoco pensaba enfrentarlo. Ella quería seguir adelante con su vida. Ya sabes cómo es tu hermano, el preferido de todos, el sueño de cualquier chava en esta ciudad. Begoña no es ninguna ingenua, ¿tú crees que iba a dejarlo así sin más?
Margarita no intentó disimular el tono punzante de sus palabras. Parecía querer que el mundo ardiera.
—Hazle un escándalo, a ver si así logras que se divorcien —aventó, sin tapujos.
Ofelia sintió que su mundo se desmoronaba. Una furia intensa la invadió.
—¡Así que ella sabía todo! ¡Me tomó por tonta!
En ese momento, su celular vibró. Era la llamada del detective.
Ofelia contestó al instante.
[¿Dices que la mujer de la foto tiene algo que ver con mi cuñada? ¿Qué relación tienen?]

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