—¿Tú qué puedes tener de ocupado siendo ama de casa? Aparte de cocinar, ¿qué otra cosa sabes hacer?
Joel soltó la pregunta casi por reflejo, sin pensarlo demasiado.
Apenas las palabras salieron de su boca, sintió que algo no cuadraba. Pero al ver a Brenda ahí parada, sin una gota de maquillaje, vestida con ropa cómoda y pantuflas, el delantal atado a la cintura, cuchillo en mano y oliendo a pescado, en su mente apareció la imagen de Marisol Feliciano, cuando lo visitó en la oficina la semana pasada.
Marisol se había presentado en la puerta, perfectamente arreglada, con ropa colorida, tacones altísimos de diez centímetros y, aunque ya estaba a punto de dar a luz, su porte elegante y su frescura parecían nacerle desde el alma.
Comparada con la mujer frente a él, la diferencia era abismal.
Pensando en eso, la poca culpa que sentía se le esfumó por completo.
De pronto, Brenda descargó el cuchillo contra la tabla de picar, haciendo temblar hasta el aire.
El estruendo hizo que Joel diera un brinco.
En dos pasos, Brenda se plantó frente a él:
—¿Ama de casa? ¿Así es como me ves? ¿Siempre he sido solo eso para ti?
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