Todos de repente pusieron una expresión de lástima en el rostro.
Este fraccionamiento sí tenía varios vecinos con dinero, pero la mayoría eran como el hijo de la señora Bustos: profesionistas de alto nivel que, si llegaban a quedarse sin trabajo en la mediana edad, toda la familia se iba para abajo.
Por eso le daban tanta importancia a caerle bien a Carolina. Si en algún momento se quedaban sin chamba, tal vez podrían conseguir una recomendación para entrar a la empresa de Joel.
Natalia tomó del brazo a Carolina y le soltó:
—La verdad, tú sí tienes suerte. Tu hijo tiene su propia empresa grande, ni tienes que preocuparte de esas cosas.
—Sí, y luego nosotras todavía vamos a terminar dependiendo de ti, Carolina. Ya veremos si Verónica no te pide ayuda después.
Carolina, rodeada de halagos, se encontraba en la gloria, disfrutando de los elogios.
De pronto, recibió una llamada de Dolores.
—Mamá, regresa rápido, ¡hay un montón de extraños en la casa, están llevándose nuestras cosas!
Era viernes, así que Dolores no tenía clases por la tarde. Apenas había llegado a la casa cuando unos tipos enormes se metieron sin avisar.
Dolores ni siquiera supo cómo lograron entrar.
Carolina, al escuchar eso, se puso pálida.
—¡Cómo es posible! ¡A plena luz del día se atreven a meterse a mi casa y robar!
El miedo por la seguridad de Dolores se apoderó de ella.
De inmediato, llamó a sus amigas:
—¡Ay, por Dios! ¡Ni siquiera ha oscurecido y ya se metieron a mi casa a robar! ¡Acompáñenme, rápido, vamos a ver qué está pasando!
Todas se quedaron boquiabiertas. No era para menos.
Residencia del Amanecer era un fraccionamiento de lujo, famoso por su seguridad estricta.
¿Entonces cómo rayos habían entrado esos tipos?
Olivia, siempre tan centrada, dijo:
—Ustedes vayan de una vez, yo voy a buscar a los de seguridad y de paso llamo a más vecinos para que nos acompañen. Si se atreven a meterse así, seguro son unos descarados.
Carolina caminó apresurada hacia el edificio.
—Ay, mi Dolores, que no le vaya a pasar nada...
Todo el grupo entró amontonado al elevador, sin dejar de murmurar preocupadas.
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