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La Doctora que Destruyó su Imperio romance Capítulo 34

—Señorita, ¿de verdad quiere vender la casa de ochenta millones en sesenta millones?

Brenda asintió con la cara completamente impasible.

—El dinero no importa. Lo que sí importa es venderla lo antes posible.

—Esto es prácticamente regalarla a precio de remate. Si gusta, para esta tarde ya le tengo comprador —respondió el gerente de ventas, mirándola con cierta desconfianza—. ¿Está segura que la casa es suya?

—Aquí está el título de propiedad, más todos los papeles y facturas de la compra. Los guardé todos —contestó Brenda, extendiéndole los documentos.

El gerente revisó todo con detenimiento y, al ver que no había ni un solo error, se relajó.

—Perdone que lo pregunte, pero… ¿por qué tanta prisa para vender? ¿Se va a ir del país?

Brenda fue directa:

—Esta casa la compró mi madre antes de casarse, como regalo para mí. Me divorcié de mi exesposo, pero ahora él y toda su familia se niegan a salirse de aquí. Quiero saber: en cuanto vendan la casa, ¿ustedes pueden hacer que se vayan por su cuenta?

Al oír esto, el gerente se indignó.

La mujer frente a él tenía una presencia imponente, un aire de señorita de familia adinerada, con una educación impecable. Nunca imaginó que hasta personas como ella pudieran pasar por algo tan humillante como que el exmarido se adueñara de la casa que era su dote.

—Señorita Brenda, no se preocupe. Nuestra empresa maneja muchas ventas de casas en juicio y no es raro encontrarnos con familias que se niegan a salir. Tenemos un equipo de mudanza profesional, puros exmilitares y expugilistas. Si no se quieren ir, se los sacamos aunque sea a la fuerza.

Brenda sonrió satisfecha y, en ese momento, le entregó al gerente un sobre con dinero como agradecimiento.

—Le encargo mucho esto.

Y así fue: ni pasaron dos horas y la amplia residencia de Brenda en la Residencia del Amanecer ya estaba vendida.

—A ese tipo de nuera hay que enseñarle quién manda, si no, se te sube a la cabeza —agregó otra, meneando la cabeza—. Mejor que la saques de la casa un tiempo, a ver si así aprende. Cuando ande por ahí sin techo, veremos si sigue con sus aires de grandeza.

Escuchando cómo las señoras despotricaban contra Brenda, Carolina se sentía cada vez más satisfecha, como si cada palabra la aliviara.

De repente, una enorme camioneta de mudanzas entró a la plaza con el letrero de una empresa de mudanzas pegado en el costado.

Del vehículo bajaron seis hombres fornidos, incluyendo al chofer. Se les veía listos para cualquier cosa. Sin perder tiempo, se dirigieron al edificio donde vivía Carolina.

Las señoras los observaron intrigadas y comenzaron a murmurar:

—¿Quién irá a mudarse en nuestro edificio? Yo no me enteré de nada.

—¿Será la familia Bustos? Escuché que el hijo trabaja en una empresa grande como programador, gana millones, pero hace poco lo despidieron. La nuera nunca ha trabajado y tienen dos hijos en escuela privada. La señora Bustos me contó llorando que ya ni la hipoteca puede pagar.

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