Entrar Via

La Doctora que Destruyó su Imperio romance Capítulo 38

—De verdad, ¿cómo puede haber mujeres tan malas en este mundo? ¡Mi cama de madera fina, mi tapete de cuero, maldita sea ese mocoso! Hijo, esta vez no puedes dejar que se salga con la suya —Carolina refunfuñaba sin parar, despotricando mientras veía el desastre.

Joel se sentía a punto de perder la cabeza entre los llantos de Carolina y Dolores. El ambiente estaba cargado de quejas y lágrimas.

—Ya, dejen de llorar —soltó Joel, con voz seca.

En cuanto lo escucharon, Carolina y Dolores se encogieron sobre sí mismas, como si fueran dos pajaritos asustados.

Pasó un rato en silencio, hasta que Dolores, con voz baja, preguntó:

—Joel, ¿y ahora qué vamos a hacer?

—¿Qué más queda? Vamos al hotel —respondió él, resignado.

La casa parecía una cáscara vacía: hasta el baño inteligente se lo habían llevado, imposible quedarse ahí.

Al ver el departamento completamente vacío, a Joel por fin le cayó el veinte. Brenda esta vez iba en serio. Si no cedía en el asunto de Marisol, tal vez de verdad ella pediría el divorcio.

Diez años pegada a él como estampilla. Pero ahora, por primera vez, Joel sentía que podía perderlo todo.

...

En otro rincón de la ciudad, Brenda cenaba con Verónica en un restaurante.

Verónica, agotada después de trabajar día y noche, no paraba de quejarse:

—No sabes el cliente que me tocó ayer, Brenda, por culpa de mi jefe. Me dejaron trabajando toda la noche, siento que ni un jugo me revive, ni hablar de cómo traigo el cuerpo.

Mientras devoraba la comida como si no hubiera mañana, Verónica no olvidaba preguntar por Brenda:

—Oye, ¿y tú cómo volviste a casa anoche?

Verónica había estado en la oficina, así que no sabía que Brenda tampoco había regresado al apartamento.

Brenda se quedó un momento callada, dudando cómo soltar la bomba.

—Verónica… me volví a casar.

Verónica se quedó petrificada, como si le hubiera dado un calambre. Luego levantó la mirada y le lanzó una mirada fulminante:

—¿No me digas que volviste con Joel? ¡Brenda, por favor, ya deberías quererte tantito!

En ese momento, Verónica, de la pura impresión, terminó escupiendo arroz sobre el vestido de Brenda.

Brenda apenas se inmutó, tomó una servilleta y se limpió con calma.

[—¿Y cuándo piensa la Sra. Feliciano regresar a casa?]

Alfredo sonaba de lo más contento, sobre todo al recalcar el “Sra. Feliciano”.

—Ya casi llego.

[—Perfecto. Aquí te espero.]

Cuando colgó, Brenda se quedó mirando el celular, un poco ida. No era que se sintiera tan tranquila: desde anoche, sentía como si una corriente invisible la empujara a tomar decisiones, a avanzar sin mirar atrás.

Pero ahora que todo se había calmado, al mirar hacia atrás, Brenda se dio cuenta de que había dado un salto enorme sin pensarlo dos veces.

Verónica seguía con la boca abierta, completamente pasmada.

—A ver, explícame, ¿cómo está eso? ¿No que tú y Alfredo eran enemigos? ¿Por qué de un día para otro…? ¡Cuéntamelo todo!

En sus ojos, el chisme ardía como una fogata. Sin embargo, a Verónica en realidad no le disgustaba Alfredo; al contrario, siempre pensó que él y Brenda hacían buena pareja.

En la época de la universidad, Verónica hasta los había “shippeado” en secreto, aunque Brenda solo tenía ojos para Joel.

Brenda solo quería contarle que se había casado, pero desde luego, no iba a revelar lo que pasó la noche anterior.

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Doctora que Destruyó su Imperio