Brenda se levantó y tomó su bolso.
—Verónica, yo ya me voy. Luego te explico todo con calma.
...
El carro de Brenda se detuvo pronto frente al edificio Villa Zafiro número 1.
Toda la casa iluminada, reluciendo como si esperara una gran fiesta.
El mayordomo salió corriendo, sonriente, y le abrió la puerta del carro a Brenda.
—Señora, bienvenida a casa.
Brenda se quedó pasmada, sin entender nada.
—¿Usted me conoce?
—Por supuesto, su foto lleva colgada en la pared de la recámara del señor desde hace casi diez años. Hoy por fin la conozco en persona. Señora, es tan guapa como en la foto.
—¿Qué foto? —Brenda sentía la cabeza hecha un lío.
El mayordomo solo sonrió misterioso.
—Ya verá al entrar.
Nada más cruzar la puerta, Paula apareció corriendo.
—Señora, por fin regresa. El señor se metió a la cocina que dizque para preparar algo, y ya casi explota el lugar. Venga, que solo usted puede pararlo.
Brenda no tuvo tiempo de responder ante la familiaridad de Paula. La siguió directo al corazón de la casa: la cocina.
El humo era tan denso que parecía niebla espesa. Se oía el chisporroteo y golpes de utensilios.
Alfredo, envuelto en humo, tosía y agitaba una paleta de cocina como si luchara con un monstruo invisible.
—¿Qué se supone que haces?
No pudo más, Brenda le gritó, entre asombro y risa.
Alfredo volteó y al reconocerla, una chispa de alegría le iluminó el rostro.
Pero el fuego ya amenazaba con alcanzar el techo. Brenda corrió y cerró de golpe todas las perillas del gas.
Al asomarse al sartén, solo encontró una masa negra y pegajosa.
—¿Estás inventando un nuevo tipo de combustible secreto o qué?
Por primera vez, Alfredo se vio un poco apenado.
—Quería prepararte nueces caramelizadas. Recuerdo que antes te gustaban mucho.
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