Y ahora, esa misma empresa recibía el respaldo financiero de Adrián. Su valor en el mercado no solo se duplicaría, sino que el prestigio de la familia Torres se dispararía, consolidándolos como líderes en el sector. La decisión de Adrián era más que una simple decepción; era una traición.
La noticia dio paso a una entrevista con los directivos de BioMed Torres. Jazmín, como la heredera, aparecía con un currículum impresionante: graduada con honores en Biología por Harvard, discípula de renombrados científicos, con participación en veintiséis proyectos de investigación y treinta y ocho patentes a su nombre. Una auténtica promesa entre los jóvenes de su generación.-
Selena observaba la pantalla, donde Jazmín, de pie junto a su padre, sonreía con una confianza deslumbrante.
¿Adrián había perdido la memoria o el juicio? Sabía perfectamente que el trabajo de su padre había sido robado y que la relación de Selena con la familia de su tío era irreconciliable. Aun así, había decidido invertir en ellos.
Una pesadez inmensa se instaló en el pecho de Selena. Quizás, había llegado el momento de poner punto final.
...
Por la tarde, Selena llamó a su mejor amiga para distraerse. Con su hijo en brazos, que parecía un pequeño sándwich con su ropa abultada, vio a una mujer haciéndole señas a lo lejos.
—¡Selena, por aquí!
Se abrió paso entre la gente hasta llegar a ella. Era Cecilia Muñoz, su amiga de toda la vida y heredera de una familia adinerada.
—¡Pero mira qué grande está este niño! —exclamó Cecilia, pellizcándole con cariño una mejilla regordeta—. ¡Qué cosita tan adorable!
Selena miró a su hijo con ternura.
—Ya ves, crecen tan rápido. Volví del viaje y ya pesa casi quince kilos. ¡Me duelen los brazos de cargarlo!
—Este gordito está para comérselo. ¡Qué cachetes tan suaves! —Cecilia no podía dejar de tocarlo.
—¡No… me pellizques! —protestó el pequeño, apartando la mano de Cecilia con un manotazo.
—Uy, qué carácter —se rio Cecilia.
—Vamos, entremos al restaurante —dijo Selena, cambiándose al niño de brazo. Era increíble lo macizo que estaba.
Mientras cruzaban la calle llena de gente, Cecilia de repente se movió con rapidez y se interpuso en el lado izquierdo de Selena, como si intentara ocultar algo. Selena, que hacía mucho no paseaba por una zona tan concurrida, miraba a su alrededor con curiosidad.
—Oye, no mires para acá, hay algo que no te va a gustar —le advirtió Cecilia, levantando una mano para taparle la vista.
Pero fue demasiado tarde.
A lo lejos, en un puesto de adornos festivos, una figura alta y esbelta, vestida con un abrigo negro, estaba de pie junto a una mujer con una chaqueta azul brillante. Jazmín eligió un pequeño muñeco de la suerte y, al instante, Adrián pagó con su celular. Con un gesto tierno, él mismo se lo colgó en el bolso. Ella, feliz como una niña, le hizo un par de gestos divertidos. Adrián le acarició el cabello y le indicó que siguieran caminando.
Selena se quedó petrificada. El niño en sus brazos, sin embargo, comenzó a gritar.
—¿Eso significa que te vas a divorciar? —preguntó Cecilia, sorprendida.
Selena no respondió, pero la tristeza en su mirada mientras observaba a su hijo lo decía todo.
—¿De verdad estás segura? —insistió Cecilia. Le parecía una lástima. Adrián era inmensamente rico, un titán en los negocios, joven y exitoso. Divorciarse de él significaba renunciar a un hombre que combinaba atractivo y poder como pocos.
—Sí —afirmó Selena, con la mirada perdida en el horizonte, como si acabara de tomar la decisión más difícil de su vida.
Cecilia no insistió más.
—Está bien, te apoyo —dijo, con el corazón encogido de pena—. ¿Y el niño? ¿Con quién se quedará?
La mirada de Selena se endureció.
—Lo único que quiero es a mi hijo. No me importa nada más.
—Amiga, me temo que ese divorcio no será nada fácil —advirtió Cecilia, intuyendo un camino lleno de obstáculos.
Selena lo sabía. Quitarle la custodia de su hijo a Adrián sería una batalla casi imposible, pero no iba a permitir que su niño volviera a llamar «mamá» a otra mujer. Jamás.

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