¿Su corazón?
Como partido en dos, Nerea no lograba entenderlo.
—¡Ay! —Natalia de pronto aplaudió con emoción—. Señora, últimamente ha estado de mal humor y hace rato volvió a vomitar, ¿no será que… está embarazada?
Tobías se quedó paralizado, y enseguida su cara se iluminó de pura felicidad.
—Nere, ¿de verdad…?
—No —interrumpió Nerea, tajante—. Solo es que el olor aquí me resulta insoportable, me provocó náuseas, nada más.
—No, mejor hay que ir a checarte…
—¡Tobías! —le tiró Nerea, levantando la voz—. ¿De verdad no sabes lo que has estado haciendo estos tres meses? ¿No te acuerdas de nada?
Solo de pensarlo, a Nerea le daba risa.
Durante los últimos tres meses, Tobías casi no cenaba en la casa, siempre decía que tenía compromisos fuera, que ya había comido.
Al principio, Nerea ni le dio importancia. Con el puesto que tenía ahora, la fila de gente que quería invitarlo a comer daba la vuelta a la plaza.
Hasta que un día, aburrida en casa viendo una serie, escuchó una frase que la hizo despertar.
“Cuando un hombre ya no quiere cenar en casa, es porque afuera ya se llenó.”
Esa frase le cayó como balde de agua fría. No solo la hizo abrir los ojos, sino que le mostró una verdad dolorosa: el tiempo juntos no garantiza la fidelidad; las personas cambian, el amor de antes puede ser genuino, pero enamorarse de alguien más después también lo es.
El semblante de Tobías se endureció.
—¿Así que por eso últimamente has estado molesta conmigo? Perdóname, Nere. La verdad es que en la empresa hemos estado hasta el cuello y te he descuidado. Te lo prometo, a partir de ahora ceno contigo todos los días en la casa, ¿te parece?
—No hace falta —contestó Nerea, imperturbable—. Haz lo tuyo, no dejes que tu “trabajo” se vea afectado.
—Nere, no digas cosas solo por enojo.
—Tobías, ¿crees que estoy exagerando?
Los ojos de Tobías esquivaron los suyos.
—…No entiendo a qué te refieres.
La mirada de Nerea se posó en su muñeca.
Tenía puesta una pulsera de hilo rojo, sin piedras ni brillos, tan sencilla que se notaba hecha a mano. El tejido era torpe, como si la hubiera hecho alguien sin experiencia. De ella colgaba un pequeño dije de metal en forma de luna creciente.
Tobías se dio cuenta de que ella miraba la pulsera y se apresuró a explicar:
—Ah, es que ya casi es Día de San Juan. La gente de administración nos compró estas pulseras para todos en la empresa.
Nerea apartó la vista.
—¿Ah, sí?
—¿Te gustaría una? Mañana le pido a administración que te den una.
Tobías soltó una risita divertida.
—¿A poco te da pena? Después de tantos años juntos...
—No me gusta que me vean mientras me cambio —dijo Nerea, sin mirarlo.
Tobías la miró con ternura y le dio un beso en la frente.
—Está bien, mando. Te espero en el comedor, no tardes, ¿sí?
—Ajá.
Tobías salió y Natalia también la siguió.
Nerea sacó el celular y actualizó las publicaciones.
La primera era de Almudena.
[Almudena: Que seas mi estrella y yo tu luna, que cada noche brillemos juntos. Hoy por poco te pierdo, menos mal que él estuvo ahí para ayudarme a encontrarte.]
La foto mostraba sus manos delicadas.
En la muñeca, una pulsera roja tejida a mano, con un dije de metal en forma de estrella.
Justo como la luna que tenía Tobías, formando un dúo perfecto.
Sin pensarlo más, Nerea agarró los álbumes viejos, los quemó hasta hacerlos cenizas, y tiró los restos al inodoro, asegurándose de que no quedara ni rastro.

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