Nerea sacó su celular y marcó un número.
Él contestó casi de inmediato.
—¿Nere?
—Tobías, ¿dónde estás ahorita?
—En la oficina, ¿pasa algo?
Nerea miró por el retrovisor. Vio a Tobías con una mano entrelazada con la de Almudena y la otra sosteniendo el celular pegado a la oreja. La escena le arrancó una sonrisa sarcástica.
Almudena parecía querer decir algo, pero Tobías levantó la mano para detenerla.
Señaló el celular y luego se llevó un dedo a los labios, indicándole silencio.
—Nere, ¿no se te antoja un postre de esa pastelería en Distrito Aurora? Si quieres, saliendo de trabajar te llevo uno.
—No, gracias.
—Pero antes te encantaban esos pastelitos con crema de esa tienda, ¿no?
—Tú mismo lo dijiste, eso era antes —respondió Nerea—. La gente cambia. Lo que antes me gustaba… ahora ya no me llama la atención.
La voz de Tobías tembló, apenas perceptible.
—Nere, ¿te pasó algo? Te escucho rara.
—No, todo bien. Tú sigue trabajando, no quiero distraerte.
...
Cuando Tobías regresó a casa, traía una pequeña caja de pastelitos en la mano.
Nerea estaba acomodando los álbumes de fotos.
Llevaban tantos años juntos, desde la época de estudiantes hasta la vida adulta: viajes, fiestas, momentos cotidianos. Solo de sus años escolares había cuatro o cinco álbumes repletos.
Tobías también se quedó mirando las fotos, conmovido.
Se inclinó por detrás de ella, rodeándola con un brazo.
—¿Por qué andas viendo fotos viejas?
Nerea le preguntó sin voltearse:
—¿Por qué llegaste tan temprano otra vez?
Tobías soltó una risa suave.
—Se me antojó verte, quería estar contigo.
Nerea terminó de guardar los álbumes en una caja de cartón.
Disimuladamente, tenía el encendedor bien sujeto en la mano, listo para meterlo al bolsillo de su pantalón de mezclilla.
Y es que, convencida de que Tobías estaría un buen rato con su amante, pensó en quemar todos esos recuerdos. Pero con su regreso inesperado, su plan quedó hecho trizas.
—¿Qué pasa, amor? ¿Te molesta que quiera llegar antes para verte?
La encargada de la casa apareció apresurada.
—¿Sí, señor?
—¿Qué comió la señora hoy al mediodía? ¿No estaría echada a perder la comida? Ella tiene el estómago delicado, por eso te contraté, para que la cuidaras, ¿cómo es que de repente se puso mal?
Natalia se quedó desconcertada.
—La señora no comió aquí al mediodía, salió por un asunto. ¿No habrá sido alguna comida de la calle?
Tobías frunció aún más el entrecejo y su voz se volvió más severa.
—La comida de la calle es insalubre, y los platos preparados no son frescos. Si se te antoja algo, dile a Natalia que lo haga aquí. ¿Por qué tienes que salir?
Nerea, mareada y con el estómago revuelto, sintió que la rabia se le encendía por dentro.
—¿Ahora me vas a encerrar aquí? ¿Ni siquiera puedo salir cuando me da la gana?
—Solo quiero cuidarte. Me preocupa que vayas sola. Si necesitas algo, dímelo y yo te llevo.
Nerea soltó una carcajada amarga.
—¿Tienes tiempo? Entre el trabajo y tu amante, ¿qué eres, un superhéroe o qué?
Tobías la observó un momento en silencio, luego le pasó otra servilleta y le limpió el sudor de la frente.
—¿Por qué dices eso? Si tú lo pides, siempre hago espacio para ti. Nere, después de tantos años juntos, ¿de verdad no entiendes lo que siento por ti?

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