En cuanto Almudena lanzó ese gemido tan agudo, Elías y Adela se pusieron nerviosos de inmediato.
Adela gritó enseguida:
—¡Tobías, deja de perder el tiempo y lleva a la señorita Almudena al hospital!
Almudena se retorcía en el suelo, encogida sobre sí misma por el dolor, como si la estuvieran destrozando por dentro.
—¡Tobías! —la voz de Elías tronó como ultimátum.
Tobías apretó el puño, echó un vistazo a Nerea y murmuró:
—Voy a llevarla al hospital. Nere, espérame aquí hasta que regrese.
Pero Nerea lo detuvo:
—Espera. ¿Te acuerdas del pequeño asteroide que me prometiste comprar la vez pasada?
—Sí, claro que me acuerdo. ¿Por qué lo mencionas ahora?
—Ya llegó el documento de cobro, falta tu firma.
Tobías la miró, sorprendido:
—¿Ahorita?
—Sí, justo ahora.
Tobías dudó un instante, pero terminó asintiendo:
—Está bien, que sea rápido.
Subieron juntos las escaleras, Tobías ayudando a Nerea a cargar la caja. Él subía casi de dos en dos los escalones, ansioso.
Ya en la recámara principal, Nerea tomó un cuchillo y abrió la caja de un tajo. Sacó los dos documentos.
Extendió uno a Tobías:
—Firma aquí, por favor. Luego ya puedes irte corriendo con Almudena al hospital.
Mientras tanto, abajo, los gritos y llantos de Almudena se mezclaban con los regaños de Adela y los gritos furiosos de Elías. El alboroto parecía salido de un velorio y una fiesta al mismo tiempo.
Tobías, con la cabeza hecha un lío, firmó los papeles apresurado y se los devolvió a Nerea:
—Nere, espérame. No te vayas, ¿sí? Prométeme que me vas a esperar.
Nerea sujetó con fuerza las dos hojas firmadas de la carta de poder, se acercó a la ventana y observó cómo toda la familia subía al carro y se marchaba. Por fin, la casa quedó en paz, y ese silencio era justo lo que necesitaba.
Sacó su celular y llamó a Roberto.
La llamada fue contestada de inmediato.
—¿Señorita Nerea?
Ella se rio suavemente:
Le entregó a Roberto la carta de poder firmada por Tobías, y después sacó los documentos de identidad de ambos, mostrándoselos.
—Aquí está todo. Entre más rápido acabemos, mejor.
Por suerte, ese día no había mucha gente en el ayuntamiento, así que no tuvieron que hacer fila.
Nerea entregó los documentos por la ventanilla y fue directa:
—Quiero solicitar el divorcio.
Con Roberto ahí, el trámite avanzó sin obstáculos.
Nerea casi no abrió la boca; Roberto fue quien se encargó de hablar con el personal.
Solo al final, cuando le preguntaron si era su voluntad divorciarse, ella asintió, segura:
—Sí, es mi decisión.
Al salir, Roberto comentó:
—Listo, esta fue la primera etapa. Cuando pasen los treinta días de periodo de reflexión, te aviso para venir a firmar el divorcio definitivo.
Nerea asintió tranquila.
Roberto no perdió la oportunidad de bromear:
—¿De verdad te atreves a divorciarte de Tobías? Después de esto, dudo que encuentres a alguien con tan buen perfil como él.

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