La Esposa que Quemó su Pasado romance Capítulo 5

Nerea levantó la mirada, observando a ese hombre al que había amado durante quince años. Una leve sonrisa se asomó en la comisura de sus labios.

Iba a irse, sí, pero todavía no.

Aunque ya había logrado engañarlo para que firmara el acuerdo de divorcio, aún faltaban treinta días de periodo de reflexión antes de obtener el acta oficial.

Ahora entendía perfectamente el estado en el que se encontraba Tobías: en casa todo parecía en orden, pero afuera jugaba a tener mil aventuras. Por un lado, intentaba tener un hijo con ella; por el otro, no perdía oportunidad de “probar algo nuevo” por fuera.

Él creía que mientras mantuviera todo en secreto, esa vida podría durar eternamente.

Pero lo que no sabía era que había subestimado el sexto sentido de una mujer.

Cierto, él actuaba con mucho cuidado, pero quince años de convivencia no pasaban en vano. Un solo gesto, una sola mirada, bastaron para que Nerea percibiera algo raro y, siguiendo el hilo, terminó descubriendo a esa tal Almudena.

Nerea no culpaba a nadie. Al final, la costumbre de buscar lo nuevo y dejar lo viejo era parte de la naturaleza humana.

Si Tobías podía jugar a dos bandas, ella—aunque fuera una de esas dos—no pensaba quedarse atrapada en el mismo puerto.

Allá afuera había ríos, lagos y mares; en cualquier parte podía navegar a su propio ritmo.

Nerea no era de las que no pueden vivir sin un hombre.

—¡Habla! ¿Por qué empacaste toda tu ropa? —espetó Tobías, la voz cargada de molestia. Apretó sus hombros con tanta fuerza que Nerea no pudo evitar soltar un grito de dolor.

Tobías la soltó, pero su mirada seguía fija en ella, exigiendo una explicación.

Nerea, con una risa suave, respondió:

—Toda esa ropa ya está pasada de moda y ya no me gusta. Pensaba donarla toda y después comprarme nueva. ¿O qué, ayer no dijiste que podía comprar lo que quisiera, que ya no tenía que consultarte? ¿O ya te arrepentiste?

Tobías se quedó desconcertado un momento.

—¿Empaquetaste tu ropa… para donarla?

Nerea asintió con la cabeza.

—Tirarla sería un desperdicio. Mejor la dono y así alguien más la puede usar.

Tobías, aliviado, soltó una carcajada.

—¡Me asustaste! Por un momento pensé que ibas a empacar tus cosas para irte.

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