—Está difícil.
Nerea soltó una risa burlona y, sin dudarlo, transfirió dinero a la cuenta del abogado Padilla.
—¿Y ahora? ¿Se te ocurre algún método?
Al otro lado hubo un cambio de actitud inmediato; se notaba hasta en el tono:
—Bueno, complicado sí es, pero soluciones siempre hay.
—Habla.
—Podemos hacer que el señor Tobías firme una carta poder. Así, su abogado puede representarlo y hacer el trámite del divorcio contigo.
Nerea lo pensó. Solo era firmar un papel, y ya lo había logrado una vez. Conseguir otra firma no parecía tan complicado.
—Está bien, ya entendí. Prepara la carta poder, yo buscaré la manera de que firme. Después vamos juntos a hacer el trámite...
—No, no, eso sí no se puede... —el abogado se puso nervioso.
Este sujeto era demasiado ambicioso, y la paciencia de Nerea ya estaba al límite.
—Mira, puedes estar tranquilo. Cuando todo salga bien, tu pago será más que suficiente.
—No es por el pago —respondió Padilla, con voz preocupada—. El problema es que tarde o temprano el señor Tobías descubrirá la verdad. Tú te puedes ir lejos después del divorcio, pero yo sigo viviendo en Ciudad Halcón. Si él se venga, ¿cómo se va a defender nuestro bufete pequeño?
—Entonces, ¿qué propones?
—Pues... ¿No conoces a otro abogado de confianza, señorita Nerea? Alguien que después de esto pueda desaparecer, ya sabes, de esos que hacen el trabajo y se esfuman...
¿Un abogado de esos? Nerea no tenía idea.
Pero sí tenía a alguien que desde siempre había deseado que se divorciara de Tobías.
...
Eran las tres de la tarde en la cafetería.
Nerea llevaba dos horas esperando cuando, por fin, la persona llegó con paso despreocupado.
—Abogado Roberto, cuánto tiempo sin verte.
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