Cinco años después.
Sala principal de la Casa de Subastas más exclusiva de la Nación Bosque de Jade.-
El salón, amplio y elegante, estaba repleto de figuras importantes. La crema y nata de la sociedad había acudido, impacientes, a ver qué maravillas se subastarían esa noche.
En el escenario, la subastadora lucía un vestido blanco impecable, lleno de clase. Su cabello oscuro iba recogido en un moño perfecto, y una fina tela translúcida cubría su rostro, impidiendo ver sus facciones. A pesar de eso, cada uno de sus gestos destilaba una belleza que dejaba a todos boquiabiertos.
Con un inglés impecable y seguro, presentó la pieza en exhibición. Apenas terminó, la competencia por la obra se desató en el público.
Sus ojos, claros y llenos de vida, recorrieron el salón con calma. Sostenía el mazo de la subasta con firmeza, dueña absoluta del ambiente.
En el segundo piso, Bastián observaba la escena. Sin dejar de mirar hacia abajo, giró un poco la cabeza y murmuró:
—¿La persona que mi abuelo quiere ver tanto es ella?
A su lado, el asistente le entregó un folder con información.
—Así es, ella se llama Carla. Entró a trabajar aquí como subastadora hace cinco años. En su primera subasta, logró vender un cuadro antiguo, que arrancó en un millón de pesos, por la increíble cantidad de sesenta millones. Multiplicó el precio inicial sesenta veces con solo un martillazo, y desde entonces se hizo famosa.
Bastián entornó los ojos, pensativo.
—¿Siempre usa ese velo?
El asistente dudó un poco antes de responder.
—Sí. Escuché que alguien una vez le ofreció diez millones para que se lo quitara, pero se negó. Todos dicen que es porque es tan poco agraciada que no soporta mostrarse.
Bastián apagó su cigarro con un gesto lento y observó con atención.
—Pero tiene unos ojos preciosos.
Con una mirada así, era imposible que fuera tan fea como decían.
Y esos ojos… le recordaban a alguien.
¿A quién?
A Karla.
La misma Karla que, cinco años atrás, le dejó sobre la mesa un acuerdo de divorcio, abortó a su hijo sin decir palabra y desapareció de su vida, sin que hasta hoy hubiera logrado dar con ella.
—Quiero que la traigas a verme.
Bastián se puso de pie y dio dos pasos antes de detenerse. Miró hacia la ventana, como si buscara algo en la distancia.
—Ya pasaron cinco años. ¿De verdad Karla no ha dado ni una sola señal de vida?
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