La madre de Karla siempre había soñado con verla junto a Bastián, felices por siempre. Pero tal vez, ese deseo estaba a punto de romperse.
Después de encargarse sola de cada detalle, cuando todos los parientes y amigos se marcharon tras la comida, Karla se quedó sentada en una de las sillas del comedor, envuelta en el silencio de la casa.
Bastián apareció tarde, con una camisa negra que resaltaba sus facciones, pero en su cara no se le notaba ni una pizca de emoción. Sus ojos se posaron en Karla; por primera vez en mucho tiempo, asomó un destello de culpa en su expresión normalmente impasible.
Karla, con una mano en el vientre, alzó la mirada hacia él. Esa tristeza contenida que había tratado de esconder, brotó de golpe.
Respiró hondo, ahogando el nudo de la garganta y esforzándose por mantener el control.
—¿Apenas terminaste con todo?
Bastián no se percató de la fragilidad que se colaba en la voz de Karla.
—Tuve una junta en la mañana.
—¿Y anoche? ¿Tu cumpleaños estuvo bien?
Bastián frunció el ceño, pero antes de que pudiera contestar, una mujer entró en la sala. Llevaba un vestido rojo y sobre los hombros, el saco de Bastián. La incomodidad de Karla se intensificó.
—Karla, lo siento —dijo Tamara—. Bastián estuvo conmigo anoche. Mi madre se enfermó hace unos días y él, preocupado por mí, fue a ayudarme a cuidarla. Por eso no respondió tus mensajes, todo fue culpa mía, no debí molestarlo.
Las palabras de Tamara cayeron sobre Karla como limones exprimidos sobre una herida abierta.
—¿Tu mamá está muy grave?
—No, fue solo un resfriado, un poco de fiebre. Ya está mejor, casi recuperada.
Karla sintió como si alguien le hubiera dado un puñetazo directo al pecho. Se mordió los labios, en un intento desesperado de no dejarse vencer por el dolor, pero los ojos enrojecidos y el temblor de su boca la delataron.
Bastián arrugó la frente aún más. Cuando la madre de Karla falleció, él estaba en una junta. Al terminar, Tamara tuvo otra emergencia y, entre una cosa y otra, se le fue de la mente lo de Karla.
Por más excusas que buscara, sabía que había fallado.
Pensó en acercarse a rendir tributo a la madre de Karla, pero ella lo detuvo con la mano.
—No hace falta. Para ti, la mamá de Tamara es más importante, ¿no? Mejor quédate con ella.
Bastián se quedó paralizado.
Karla ya no quería quedarse ni un minuto más en ese lugar. Se levantó, dispuesta a marcharse.
No derramó ni una lágrima. Se prometió no llorar por alguien que no lo merecía.
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