Karla sentía el corazón hecho pedazos. ¿Acaso el destino ya estaba escrito para ella? Por más que luchara, al final no pudo evitar que Bastián descubriera la existencia del niño.
Apretó la quijada con fuerza, obligándose a levantar la mirada, el rostro pálido, y enfrentó a Bastián. Ya que él había descubierto todo, ¿qué sentido tenía seguir ocultando la verdad?
—¿Qué quieres que te explique?
Sí, ocultó al niño. ¿Y qué?
No quería que su hijo le llamara padre. ¿Y qué?
No sentía que tuviera que dar ninguna justificación por ello.
Bastián la miraba, los ojos encendidos de rabia.
Nunca imaginó que justo Karla sería capaz de hacer algo así.
¿Por qué?
¿Después de cinco años seguía tan resentida?
¿Todavía tenía que armarle estas bromas de mal gusto para fastidiarlo?
—No tengo nada que explicar —soltó Karla, sin bajar la cabeza.
Verla tan desafiante solo le encendió más la furia a Bastián.
Karla sentía la piel de la nuca erizarse bajo esa mirada, como si la estuviera acorralando contra la pared.
Sus manos, colgando a los costados, ya se habían cerrado en puños.
Aunque se había mentalizado para pelear con Bastián por el niño, en el fondo sabía muy bien que no tenía oportunidad de ganarle.
Si de verdad llegaba el momento de pelear por el niño, ella perdería.
Solo imaginar que le arrebatarían a su hijo y que después sería casi imposible verlo, le provocaba unas ganas incontrolables de lanzarse contra Bastián y pelear hasta el final.
—Dilo de una vez, ¿qué es lo que quieres? —espetó Karla, cansada de darle vueltas al asunto—. Ya está dicho todo lo que hay que decir.
Entre más rápido termine esto, mejor.
—Ja —bufó Bastián, soltando una risa cargada de desprecio—. ¿Te cachan y ni siquiera tienes ganas de inventar una excusa?
—Te repito, no hay nada que explicar.
Bastián asintió, entrecerrando los ojos con una expresión peligrosa.

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