—Yo solo quiero casarme con alguien, nada más —Estela soltó la frase de golpe, mirándolo fijamente—. No espero nada raro de ti. Después de casarnos, haz lo que quieras, puedes hacer de cuenta que ni existo. ¿Alguna otra señorita de sociedad podría ofrecerte eso?
El tío de Fernando era uno de los poderosos de San Ángel del Norte, y seguro que lo presionaban para casarse; seguro no quería, pero si se casaba con ella, podría tranquilizar a su familia y, al mismo tiempo, tener toda la libertad que quisiera después.-
Esta vez sí debía aceptar, ¿no?
Sebastián se inclinó hacia ella, y en sus ojos se encendió una chispa peligrosa.
—¿Nada raro? —preguntó con voz baja, casi como un reto.
A Estela le dio un vuelco el corazón. ¿Por qué sentía que a este tipo de pronto se le había borrado la sonrisa? ¿Estaría molesto por algo? Pero, ¿acaso no era bueno para él que a ella no le interesara nada más?
El silencio se volvió tan denso que parecía que el aire pesaba. Estela, temiendo que la rechazara, se apresuró a decir algo para arreglarlo, pero en ese instante el hombre giró sobre sus talones y, con paso decidido, se dirigió a la puerta.
—Súbete al carro.
La asistente de Sebastián la llevó hasta el carro y Estela, todavía confundida, preguntó:
—¿A dónde vamos?
Sebastián, siempre tan elegante y seguro, respondió con una calma que imponía respeto:
—¿No era que la señorita Miranda quería casarse conmigo?
…
¿Eso significaba que aceptaba casarse?
Estela se quedó pasmada unos segundos, y apenas reaccionó, temiendo que él se arrepintiera, se apresuró a sentarse a su lado.
—Entonces, nada de perder tiempo, ¡vámonos ya al registro civil!
Sebastián curvó los labios en una ligera sonrisa y soltó una risa suave y grave.
A lo lejos, Romina observaba la escena y el nerviosismo la invadió. Ese hombre se veía de lo más distinguido, ¿no sería que Estela otra vez iba a meterse con algún millonario? ¡Eso sí que no!
Corrió hacia el carro y se aferró a la puerta.
—¡Estela! ¿No fue suficiente con arruinarle la vida a Fer? ¿Ahora también quieres arruinarle la vida a otro pobre tipo? ¡No le hagas eso a este señor, no tienes derecho!
Estela la miró de arriba abajo, lanzándole una mirada sarcástica:
—¿Y tú, que te metiste con él siendo la otra, sí tienes derecho a hablar de arruinar vidas?
—¡Deja de decir tonterías!
Romina casi pierde el control y, girando hacia Sebastián, le soltó:
—Esta mujer tiene la vida hecha un desastre; se ha metido con varios tipos, hay fotos y todo. ¡No es de fiar, no vale la pena llevarla a tu casa!
Estela escuchó eso y dejó escapar una risa corta y despreocupada.
—Señora Peña, ¿de verdad cree que todos aquí van a caer en sus trampas tan infantiles?
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