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La Heredera del Poder romance Capítulo 2999

Apenas entró al edificio, Hanna notó que había una multitud esperando el ascensor.

Había de todo tipo de gente allí.

Entre ellos se encontraban empleadas domésticas y trabajadores de limpieza.

Nunca antes se había fijado en eso, pero, ¿de verdad personas que limpiaban las calles vivían en el mismo conjunto que ella?

¿En serio hasta los trabajadores de limpieza podían comprar un departamento en Ciudad Real?

¡No podía creer que había terminado compartiendo edificio con alguien que barría la calle!

Si viviera en una casa grande, una de esas mansiones de los barrios exclusivos, ¿tendría que rozarse con gente así en el elevador?

¡Por supuesto que no!

Hanna trató de disimular su disgusto y entró al ascensor.

Ella vivía en el piso 32 y, mientras subía, el olor que invadía el elevador se le metía por la nariz, haciéndole sentir náuseas.

Le daban ganas de vomitar.

Apenas se abrieron las puertas, Hanna salió casi corriendo, tapándose la boca y con arcadas.

Tenía que mudarse de ese lugar cuanto antes.

Respiró hondo, recuperó la compostura y caminó hacia su departamento. Tocó el timbre.

Ding dong.

No pasó mucho hasta que le abrieron.

Quien abrió fue una mujer de mediana edad, con el cabello rizado como fideos instantáneos.

Apenas vio a Hanna, soltó:

—¿Y? ¿Viste a Amanda?

—Sí, la vi —respondió Hanna, mientras se quitaba los zapatos.

La mujer, que parecía disfrutar el chisme, continuó:

—¿A poco Amanda está toda miserable ahora? Era de esperarse: una mujer del campo como ella, ¿qué derecho tenía a casarse con uno de los grandes jefazos de Ciudad Real? Si la tienen ahí es para que les limpie la casa, ¡de seguro!

Esa mujer era Rosana, la mamá de Hanna.

Rosana nunca había visto con buenos ojos a Amanda; pensaba que Amanda no era una buena mujer.

¡Hasta había logrado que su propio esposo se quitara la vida!

Para Rosana, que un hombre tuviera un par de aventuras era lo más normal del mundo.

Al fin y al cabo, los que se daban esos lujos eran los hombres que tenían con qué. ¿Un don nadie podría darse ese lujo? ¡Imposible!

Para ella, Amanda era una arpía.

Y, según Rosana, el hecho de que ahora su esposo rico la tratara como sirvienta era justo lo que se merecía.

—¿Amanda te dijo que se arrepiente de algo? —insistió Rosana.

—No —dijo Hanna, mirándola—. Mamá, Amanda y su hija están muy bien. Ya no pertenecemos al mismo mundo que ellas.

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