De pronto, pedirle a Cecilia que tomara una decisión así, la dejó completamente descolocada.
Ella y Lucas se amaban de verdad.
Habían pasado juntos por malentendidos, habían sido testigos de cómo ambos crecían y cambiaban. Cecilia no quería terminar así nada más con Lucas.
—Mamá, ¿puedo pensarlo un poco? —le pidió Cecilia.
—Haz lo que quieras —respondió Selena, y luego agregó—: Solo no quiero que después te arrepientas, ¿está bien?
Sin decir más, Selena anunció—: Me voy a dar un baño.
Entró al cuarto de huéspedes, que era tan lujoso que superaba a cualquier hotel cinco estrellas. Incluso el baño era digno de admirarse.
Era evidente que Sofía, su amiga de toda la vida, ya había hecho fortuna. Hasta el cuarto de visitas de su casa parecía sacado de una revista de lujo.
Selena no pudo evitar soñar despierta: ¿cuándo podría ella tener una casa así? ¿Por qué no pedirle a Sofía que le comprara una casa en Ciudad Real? Total, para alguien como Sofía, que ahora tenía empleados, chofer y hasta mayordomo, comprar una casa extra era pan comido.
Recostada en la tina, Selena ya planeaba su futuro.
Mientras tanto, en la sala, Cecilia terminó de lavarse la cara y se sentó en el sofá, distraída y sin ganas de nada.
En ese momento, sonó su celular. Era una videollamada de Lucas.
Aunque tenía la cabeza hecha un caos, al ver a Lucas en la pantalla, esbozó una sonrisa y saludó—: Hola, Lucas.
Lucas era su compañero de clase, alto, de más de un metro ochenta, guapo y llamativo, de esos chicos que siempre sobresalen en un grupo.
Cecilia, en cambio, siempre sintió que estaba un poco por debajo de Lucas. Más de una vez le preguntó por qué se había fijado en ella, si tantas chicas le habían tirado la onda en la escuela. Pero Lucas nunca cambió; siempre le contestaba que el amor no tenía nada que ver con la apariencia.
—A mí me gustas tú, Cecilia, no tu cara —le decía él.
Cada vez que escuchaba eso, el corazón de Cecilia se derretía.
—¿Ya llegaste? —preguntó Lucas, con la voz llena de preocupación.
Cecilia asintió—: Sí, ya estoy aquí.
—¿Y tu mamá? —quiso saber Lucas.
—Anda en el baño —contestó Cecilia.
Después, intentando cambiar de tema, preguntó—: ¿Y cómo te fue en la entrevista hoy?
—Bien, todo salió bien —respondió Lucas sonriendo—. ¿Tan poca fe tienes en mí?
—¡Claro que confío en ti! —rió Cecilia—. ¿Ya comiste?
—Sí, acabo de cenar —respondió Lucas, y luego, como si se acordara de algo, añadió—: Por cierto, ya estoy listo para dar el enganche del depa, el que vimos la otra vez. ¿Te parece bien ese lugar?
Hace medio mes, Cecilia y Lucas habían ido a ver un departamento. Era de tres habitaciones y una sala, en un conjunto muy bonito, con buena seguridad y ambiente. El precio total era de dos millones, pero Lucas podía dar un millón doscientos mil de entrada y el resto lo sacaría en un préstamo.
Hace apenas quince días, los dos veían la vida y el futuro con mucha ilusión.
Pero ahora...
Cecilia no sabía qué responderle.
Al notar su silencio, Lucas preguntó—: ¿Cecilia, te pasa algo?
Ella volvió en sí y sonrió—: Nada, ¿ya llevaste a tu mamá a ver el conjunto? ¿Qué dijo?

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