Después de la llamada de Vanesa...
Isabel quedó completamente desanimada, como si le hubieran apagado la chispa. No podía creer que todo hubiera terminado así.
Para ella, Vanesa siempre había sido alguien en quien podía confiar.
Pero ahora…
Esteban, después de colgar con Vanesa, se dedicó a tranquilizarla.
—No pienses lo peor. Las cosas no van a salir tan mal —le dijo, intentando sonar convencido.
Esteban la atrajo hacia él con un solo movimiento y la sentó en sus piernas. Isabel lo miró con ojos suplicantes.
En ese momento, Isabel ni siquiera encontraba palabras para hablar.
—Isa —susurró Esteban, buscándole la mirada.
—Yo solo quería ayudar a Pauli —atinó a decir ella, con la voz temblorosa.
Ahora que la situación de Paulina había dado ese giro tan inesperado, era como si la hubieran arrojado a un grupo de lobos hambrientos.
Si Paulina no tenía ciertas habilidades, regresar a Lago Negro sería imposible para ella, e incluso...
Incluso ahora que Alicia tenía tantos enemigos, prácticamente medio Lago Negro estaba en su contra: Patrick Ward, Dan...
Con una madre en esa situación, Paulina tampoco podía quedarse al margen.
Isabel solo quería que Paulina pudiera defenderse, darle al menos una herramienta para sobrevivir. Pero ¿quién hubiera imaginado que todo terminaría así?
Esteban terminó de ponerle una curita y le preguntó:
—¿Tú crees que Dan, en este momento, se atrevería a matarla?
El tono de Esteban era tan profundo que parecía tener todo bajo control, como si nada escapara a su entendimiento.
Isabel lo miró, sin comprender del todo sus palabras.
Cuando estaba en Puerto San Rafael, y no tenía a Esteban cerca, siempre tenía que confiar en su propio juicio, resolver sola cualquier enredo. No había nadie que la pusiera tan nerviosa y confundida, salvo, claro... Esteban.
Él, al ver que ella guardaba silencio, le pellizcó la nariz con ternura.
—Esta vez, Alicia regresó a Lago Negro porque Dan mandó traerla a la fuerza.
Sí, la mandaron traer amarrada, ni más ni menos.

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