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La Heredera Revelada: El Camino del Poder romance Capítulo 17

Aurora siguió la dirección que le indicaban y Dante también giró para mirar.

Los ojos de ambos se encontraron.

El tipo vestía un traje gris oscuro, impecablemente cortado, y su rostro con facciones marcadas aparentaba unos veintiocho o veintinueve años.

Antes de venir, Simón le había dicho que su prometido tenía treinta y dos.

Y ahí estaba, luciendo bastante joven.

Su rostro irradiaba una mezcla de atractivo y un toque de picardía, y sus ojos oscuros brillaban aún más bajo la luz tenue del restaurante, como si tuvieran el poder de atraer a quien los mirara.

Aunque estaba sentado en una silla de ruedas, su físico delgado y atlético no pasaba desapercibido.

Una cobija de cuadros blanco y negro cubría sus largas piernas.

A simple vista, parecía medir casi un metro noventa.

Lástima que sus piernas estuvieran discapacitadas...

Aurora lo observaba y él también la miraba a ella.

La muchacha era de una belleza llamativa, con una figura delgada y esbelta, y esos ojos grandes que recorrían su cuerpo hasta detenerse en sus piernas.

La fugaz mirada de pena en sus ojos era distinta a todas las que él había visto antes.

Era difícil precisar por qué, pero tenía algo especial.

—¡Oye, oye, oye! ¡Hermana, no te dejes deslumbrar por su cara! ¡Piensa, si te quedas con él, solo vas a terminar llorando! —dijo Simón, preocupado de que su hermana estuviera embelesada. En el fondo, maldijo a Dante por ser tan encantador.

Aurora negó con la cabeza y le dio a Simón una mirada tranquilizadora.

—Ve a recibirlos —ordenó Dante a su asistente.

El asistente se adelantó, invitando cortésmente a Aurora y Simón a acercarse.

Simón, con las manos en la cintura, miraba a Dante sin ningún reparo.

Al ver a su hermana sentarse frente a Dante con total calma, se sintió un poco nervioso, pero mantuvo su expresión desafiante.

—Dante, ¿qué tienes que decir? ¡Apúrate! Tengo que llevar a mi hermana a casa, sus cuatro hermanos la están esperando.

—Señor Simón, apenas nos hemos sentado. ¿Por qué tanta prisa? —replicó Marcelo Anzures, el asistente, visiblemente molesto. No estaba acostumbrado a que su jefe, Dante, fuera tratado con tal actitud.

Dante, sosteniendo el rosario en su muñeca izquierda, sonrió y le dijo a Marcelo:

—Los invitados son nuestros invitados. ¿No ha preguntado el señor Simón y la señorita Lobos qué desean comer?

Capítulo 17 1

Capítulo 17 2

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