Él estaba convencido de que el matrimonio era algo que se construía día con día.
Su padre y su madre se habían casado por negocios, sin amor de por medio, y aun así lograron recorrer juntos el camino de la vida.
Si su padre lo había conseguido, él también podía lograrlo.
Aunque Noelia lo odiara, sabía que eso solo sería por un tiempo.
—Señor, la cena ya está servida. Si no necesita nada más, regreso a la otra casa —avisó Aitana, sacando a Raúl de sus pensamientos.
Raúl apagó el cigarro entre los dedos y se dirigió a la recámara.
Se acercó a la cama, giró el cuerpo de Noelia y le dijo con voz firme:
—Levántate, tienes que cenar antes de dormir.
Noelia trató de apartarlo, reacia al contacto.
Raúl no apartó la mirada, sus ojos reflejaban una mezcla de emociones que no logró ocultar.
—Noelia, ¿quieres que te repita lo que dice el acuerdo que firmamos al casarnos? —advirtió él.
Noelia, aguantando las ganas de protestar, se sentó despacio. Raúl se agachó para ayudarla a bajar de la cama.
—¿Puedes caminar?
Pero antes de que ella respondiera, él ya la había cargado en brazos.
La acompañó a cenar, vigilando que comiera aunque fuera un poco. Terminando, Raúl la llevó al baño para que se lavara los dientes y, después, la cargó de nuevo hasta la cama.
Noelia obedeció en silencio, como si fuera una marioneta sin voluntad.
Sabía perfectamente que Raúl solo la cuidaba así para que se recuperara pronto y pudiera acompañarlo a la fiesta de fin de año de Grupo Sigma Universal al día siguiente.
...
Al atardecer del día siguiente, Noelia se puso un vestido tradicional bastante recatado y se sentó frente al tocador.
Raúl apareció con un collar de jade y diamantes, se lo abrochó personalmente alrededor del cuello.
Al ver el reflejo de Noelia en el espejo, con esos rasgos casi perfectos, una emoción imposible de descifrar cruzó por los ojos de Raúl.
Era la primera vez que la veía con ese tipo de vestido y no pudo ocultar su sorpresa.
Noelia permaneció quieta, dejando que Raúl la adornara con aquel costoso collar.
Por dentro, tenía claro que cada cosa que Raúl le daba venía con un precio; tarde o temprano, tendría que pagarlo.
Él era un hombre de negocios, nunca hacía tratos en los que perdiera.
La única persona por la que era capaz de darlo todo, sin condición, era Elvira.

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