Rafael arrugó la frente, dejó las flores y los medicamentos sobre la mesa, y sin perder la calma sacó su celular para llamar a Leonor. Sin embargo, la llamada no entraba.
Jamás pensó que habría un día en que Leonor no estaría en casa. Aun así, Rafael hizo lo de siempre: puso un disco y se dejó envolver por su nocturno favorito de Chopin.
Pasó una hora, y nadie regresó.
Pasaron dos horas, y la casa seguía igual de vacía.
Tres horas después, el silencio permanecía.
Rafael se levantó y fue directo al armario. Dentro, seguían casi todas las prendas de Leonor, todas color rosa, todas regalos suyos.
Sin embargo, los dos trajes azul marino que Leonor guardaba desde antes de casarse habían desaparecido.
En ese momento, llegó un mensajero con un paquete.
El destinatario era él.
Rafael no recordaba haber pedido nada.
El paquete era una caja de cartón enorme. Al abrirla, se encontró con una colección impresionante de objetos:
Había flores eternas de rosas rosadas, un collar de diamantes rosados, una bolsa Hermès de color rosa, tacones brillantes, un vestido de gala en tono rosa pastel, un reloj de diamantes rosados, un adorno de oro, una mascada de seda en rosa melocotón, perfume de lujo, un broche con diamantes rosados, llaves de carro y un anillo de compromiso de diamante rosa…
El rostro de Rafael se volvía cada vez más sombrío; en sus ojos comenzaba a gestarse una tormenta silenciosa.
Todo eso...
Eran los regalos que le dio a Leonor cuando la cortejaba.
Ese anillo de diamantes rosados era el de la propuesta de matrimonio.
Revisando por encima, Rafael notó que, aunque habían pasado años, las etiquetas ni siquiera estaban cortadas.
Dentro de la caja, lo único que no era un regalo suyo era una carpeta. Rafael la tomó y sacó los documentos de adentro.
...
Puerto Belmonte lucía deslumbrante bajo las luces nocturnas, entre fiestas y excesos.
La vieja casa de la Avenida Huerta Grande llevaba años sin encender una luz, pero hoy, por primera vez en mucho tiempo, brillaba desde el atardecer hasta bien entrada la noche.
Leonor pasó medio día limpiando el cuarto hasta dejarlo impecable. Aunque modesta, la habitación lucía cálida y acogedora.
—Porque...
—¿Es por Abi, verdad?
Al escuchar eso, Leonor levantó la mirada. Vio cómo Rafael cruzaba los brazos con su expresión perfecta, casi sacada de un cuadro, adornada por una mueca desdeñosa.
Esa sonrisa le caló hondo a Leonor, como si le enterraran cristales en los ojos.
Al ver que ella no respondía, Rafael soltó una risa sarcástica.
Abigail había regresado, así que ya no tenía sentido ocultar nada. Ni siquiera lo intentó.
—Leonor, al final aprendiste a usar el jueguito de hacerse la difícil. Mira, te lo admito: Abi fue mi primer amor. Cuando te pedí que te casaras conmigo fue para molestarla. Pero en estos tres años de matrimonio, nunca he hecho nada que te falte al respeto...
Esa última frase hizo que los ojos de Leonor se llenaran de lágrimas.
Quiso gritarle: “¿Y el bebé? ¿Acaso no fuiste tú quien terminó con nuestro hijo?”
Pero ya no valía la pena.
Sentía el pecho apretado, como si le hubieran puesto una losa encima. Leonor tuvo que hacer un esfuerzo para respirar hondo.

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