—¡Aléjate! ¡Eres una bruja! ¡Hueles a muerto, guácala! —Vicente hizo una mueca de asco, le escupió sin pena y retrocedió.
Kiara se quedó helada por un instante. La rabia, que había intentado contener durante tanto tiempo, se desbordó de golpe.
—Vicente, ¿quién te enseñó a ser tan grosero?
—La mala mamá me da miedo, ¡qué miedo me da!
Brenda se apresuró a ponerse frente a Vicente, protegiéndolo con el cuerpo.
—Cuñada, Vicente todavía es un niño, no sabe lo que dice. No deberías tomar tan en serio lo que dice un niño, ya lo asustaste…
Kiara ya no pudo más. La voz le salió dura, casi cortante.
—Cállate tú también. Yo soy la madre de Vicente y no necesito que una extraña venga a decirme cómo educar a mi hijo.
Los ojos de Brenda se llenaron de lágrimas. Apretó los labios, aguantando la tristeza, y miró a Dionisio en busca de apoyo.
Brenda era menudita, ni siquiera alcanzaba el metro sesenta y pesaba apenas poco más de treinta kilos. Su piel era tan blanca que parecía de porcelana, y sus facciones tan delicadas que cualquiera sentía ganas de protegerla.
Al verla llorar, Dionisio no pudo evitar conmoverse. Instintivamente la abrazó por los hombros para consolarla.
—¿Cómo va a ser Brenda una extraña? Es como mi hermana.
—Debes disculparte con Brenda, no la hagas sentir mal.
Kiara sintió un nudo en la garganta, la rabia quemándole por dentro.
—¿Ella no es extraña y yo sí lo soy? ¿Ahora resulta que ni siquiera tengo derecho a educar a mi propio hijo?
El entrecejo de Dionisio se frunció con molestia.
—Kiara, ¿qué te pasa? Brenda casi nunca viene de visita y tú solo haces que todos estemos incómodos.
Brenda, con voz temblorosa y la mirada clavada en el suelo, tiró de la manga de Dionisio.
—Dionisio, la culpa es mía… No quiero que pelees con tu esposa por mi culpa.
Cuando Brenda soltó las lágrimas, Vicente corrió hacia Kiara, la tomó del brazo y le dio una mordida feroz. Luego, gritó con voz desafiante:
—¡No molestes a la señorita Brenda! ¡Eres mala mamá! ¡Nadie te quiere!
Kiara vio la marca de los dientes de su hijo, la sangre escurriendo poco a poco. El dolor físico no era nada comparado con el dolor en el pecho. Por primera vez, levantó la mano y le dio un bofetón a Vicente.
—¡Paf!
El golpe sonó fuerte en la mejilla de Vicente.
—¡Uaaaah! ¡Mamá mala me pegó!
Vicente no lo podía creer—nunca pensó que su madre se atrevería a pegarle. Rompió en llanto, gritando con toda la fuerza de sus pulmones.
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