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La Traición en Vísperas de la Boda romance Capítulo 121

Quizá por el cansancio acumulado, Petra cayó en un sueño profundo, tan pesado que ni siquiera sintió el aterrizaje. Solo cuando una voz anunció la llegada, su mente empezó a sacudirse de la neblina.

Abrió los ojos esperando encontrarse con la vista del exterior, pero lo primero que vio fue un rostro sorprendentemente atractivo.

La distancia entre ellos era mínima, tanto que podía sentir el leve roce de la respiración del otro.

¿De verdad la vida podía ser tan generosa con alguien? No solo le había dado una familia influyente, sino también una apariencia que podría dejar sin aliento a cualquiera.

Con ese rostro, aunque no hubiera nacido en la familia Hurtado, seguro jamás habría tenido que preocuparse por el pan de cada día.

A su lado, hasta los artistas famosos que vivían de su cara en la pantalla parecían del montón.

A su alrededor, los pasajeros ya comenzaban a sacar sus cosas y prepararse para bajar. Petra miró al hombre a su lado, que seguía dormido como si nada.

—Señor Benjamín, ya llegamos —dijo, intentando despertarlo.

Pero el tipo ni se inmutó.

Seguía con los ojos cerrados, ajeno al bullicio. Sus pestañas, largas y espesas, habrían provocado la envidia de cualquier mujer.

—Señor Benjamín... —insistió, esta vez con más intención.

Definitivamente el vino lo había tumbado. Por más que lo llamó, no hubo ni una pestaña de reacción.

Petra no tuvo más remedio que estirar la mano y empujarle con suavidad el brazo.

De repente, el hombre abrió los ojos de golpe. Sus pupilas oscuras, profundas, relucían con un malhumor evidente. Frunció el ceño y la miró con una intensidad que hizo que Petra apartara la mano de inmediato.

¡Vaya genio para despertar!

—Ya aterrizamos —se atrevió a decirle.

Benjamín murmuró algo y volvió a cerrar los ojos como si nada.

Petra tragó saliva, resignada.

El avión se detuvo por completo y los pasajeros comenzaron a salir uno tras otro. A su lado, el hombre seguía inmerso en el sueño.

Petra giró para mirarlo de reojo. Dormía tan plácido que resultaba hasta bonito verlo así. Pero ya era hora de irse, ¡y ellos seguían ahí!

—Señor Benjamín... —lo llamó de nuevo en voz baja.

Nada.

Petra, armándose de valor, estiró otra vez la mano, dispuesta a darle un empujón en el hombro. Pero antes de tocarlo, como si pudiera leerle la mente, él le sujetó la mano de golpe.

—Vámonos —dijo, tratando de sonar tranquila.

Benjamín le lanzó una mirada fugaz a la mano de Petra, luego se levantó despacio, acomodó el puño de su camisa y salió caminando con dignidad.

No tomaron la salida normal del aeropuerto.

El chofer había traído el carro de Benjamín hasta la pista, esperándolos con la puerta abierta.

Un privilegio que no cualquiera podía darse.

Ni siquiera en los mejores días de la familia Calvo, Petra había presenciado semejante trato. Lo que para ella era ostentoso, para Benjamín era solo rutina.

La distancia entre ellos siempre había sido así: imposible de alcanzar.

Cuando Benjamín subió al carro, notó que Petra aún seguía parada junto a la puerta, distraída con el celular, enviando algún mensaje.

—¿Tu hermana no vino por ti? —preguntó Benjamín con esa voz tan característica suya.

La tristeza asomó en los ojos de Petra, incapaz de ocultarla.

—¿Cómo lo supiste?

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