Petra se quedó paralizada un instante, sin saber cuánto de lo que le había dicho a Catalina alcanzó a escuchar Benjamín. No pudo evitar regalarle una sonrisa incómoda.
Benjamín la miró sin mostrar emoción alguna, su voz salió grave y profunda.
—¿Así que quieres ser mi amante?
Tal como lo temía, sí la había escuchado.
Petra sintió cómo la culpa le subía a la cara, forzando una sonrisa.
—Catalina está interesada en ti, así que siempre me ve como su enemiga imaginaria. Lo que dije hace rato solo fue para molestarla, nada más.
Benjamín frunció el entrecejo, su mirada se volvió aún más seria mientras la observaba.
—¿Quieres que te reconozca lo buena que eres inventando historias?
Petra negó con la cabeza de inmediato.
—No, para nada.
Sintió de pronto la presión del mal humor de Benjamín, así que cambió de tema lo más rápido que pudo.
—Señor Benjamín, ya traje todos los documentos que pidió. ¿Le parece si vamos a su oficina para platicar?
Mientras hablaba, Petra sacó los papeles del bolso y se los ofreció a Benjamín con ambas manos.
Él echó un vistazo a los papeles, pero no los tomó. Se limitó a girarse y entrar a la oficina.
Petra, al ver eso, lo siguió apurada, aprovechando para explicarle su plan mientras caminaban.
Benjamín se sentó en su silla, y Petra se mantuvo de pie a un lado, con la postura obediente de quien sabe que el jefe tiene la última palabra.
Cuando terminó de hablar, se quedó callada, esperando escuchar la opinión de Benjamín.
Pero él seguía sin tomar los documentos que ella le ofrecía.
Justo cuando Petra iba a dejarlos sobre la mesa, Benjamín levantó la mano para impedirlo, su tono era bajo, casi impasible.
—Cuando el departamento de auditoría de Grupo Hurtado empiece a investigar, ¿tienes claro lo que le espera a Joaquín?
Petra asintió.
—Lo tengo muy claro.
Sabía bien que Grupo Hurtado recuperaría todo el dinero invertido que les habían estafado y que, de paso, mandarían a Joaquín directo a prisión.
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