El ambiente alrededor de Benjamín se volvió tan gélido que todos los presentes sintieron un escalofrío recorriéndoles la espalda.
Uno a uno, apartaron la mirada y se acomodaron en sus sillas, aguantando la respiración. Incluso el sonido de las hojas al pasar los documentos se volvió casi imperceptible.
Alba fue la primera en intentar justificarse.
—Señor Benjamín, esto no tiene nada que ver conmigo, yo…
Alzó la vista hacia Benjamín, pero apenas cruzaron miradas, bajó la cabeza de inmediato. Las palabras que tenía preparadas simplemente se le atoraron en la garganta.
El rostro de Susana había perdido todo color; sin embargo, al escuchar la defensa de Alba, el enojo le volvió con fuerza.
—No te atrevas a echarme toda la culpa a mí. ¡Fue tu idea desde el principio! El día que la señorita Florencia vino a la oficina, ya estabas molesta con Petra. Fuiste tú quien me pidió que te ayudara, asegurando que nadie lo descubriría. Dijiste que ya habías hablado con los del equipo de seguridad, que aunque revisaran las cámaras, no encontrarían nada sospechoso.
—¡Eso es mentira! —reviró Alba, aunque su voz tembló, sin convicción.
La mirada cortante de Benjamín pasó por ambas, deteniéndose luego en Anaís.
Anaís sintió cómo le recorría un sudor frío por la espalda y de inmediato intentó aclarar su parte.
—Ese día, mientras usted estaba en reunión con la gerencia, yo estaba abajo tomando notas. La señorita Florencia llegó de repente, sin avisar.
El gesto de Benjamín se endureció aún más, pero ya no siguió interrogando. Su voz, seca y sin emoción, resonó en el aire.
—Liquiden su sueldo y que Wilfredo investigue a su equipo.
—Sí, señor Benjamín —respondió Anaís, bajando la cabeza y agradeciendo en silencio que no la hubiera señalado a ella por falta de control en el área.
Benjamín levantó la mirada, fijándola en Petra, quien se encontraba de pie a un lado. Su voz salió llena de autoridad y distancia.
—Ven a mi oficina.
Petra asintió con respeto.
—Sí, señor Benjamín.
Sus ojos entrecerrados lanzaron una advertencia muda.
Petra bajó la cabeza y caminó hacia donde él se encontraba.
Apenas llevaba unos días en Grupo Hurtado y ya había causado un caos en la oficina del presidente. Seguro él estaba más que molesto.
—¿Por qué? Yo no tengo nada que ver con esto. Además, el señor Benjamín ni siquiera mencionó que fuera a tomar medidas conmigo.
Anaís la miró con dureza antes de responder, siempre con voz grave.
—El “ellas” que dijo el señor Benjamín te incluye.
Lorena había llegado a la oficina del presidente desde abajo, superando cada prueba. Se sentía más capaz que cualquiera en ese lugar.
Que la despidieran de la nada, así, le resultaba imposible de aceptar.
—El señor Benjamín no mencionó mi nombre. No tengo nada que ver con esto. Si quieren aumentar la lista de despidos, debería ser Petra, no yo.
Anaís se llevó la mano a la frente, intentando apaciguar el dolor de cabeza, y explicó en tono bajo:
—La señorita Petra no tiene ningún contrato laboral con la empresa. Su contrato es personal con el señor Benjamín. La empresa no puede decidir si se queda o se va.
Eso lo había descubierto apenas el día anterior, gracias al abogado Horacio.
Petra no formaba parte de Grupo Hurtado. Para ser exactos, en ese momento era empleada privada de Benjamín.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Traición en Vísperas de la Boda
Me gustaría saber cuántos capítulos faltan y cuando los publicará...