Petra bajó la cabeza y guardó silencio.
Benjamín avanzó hasta sentarse en la silla del escritorio, alzando la mirada hacia la mujer que permanecía sumisa y cabizbaja.
—¿Por qué te quedas tan lejos?
Apenas se había ausentado unos días, y ella ya volvía a tratarlo como si apenas lo conociera.
Antes de irse, él mismo le había contado que Baltasar se había lastimado, pero durante todo ese tiempo, Petra ni siquiera le había enviado un mensaje para preguntar cómo estaba.
De verdad, qué corazón tan duro.
De pronto, Benjamín sintió un nudo en el pecho, una molestia que le dolía y lo hacía suspirar.
Si seguían así, seguro que algún día ella iba a acabar por sacarlo de quicio.
Petra se acercó, pero solo dio dos pasos diminutos, casi imperceptibles.
—Señor Benjamín, ¿me buscaba para algo? Todavía me queda una parte del informe por terminar.
Los ojos de Benjamín se tornaron serios y su mirada se clavó en ella, intensa.
—¿Te parece poco haber puesto mi oficina de cabeza? ¿No se te ocurrió, aunque sea, avisarme de lo que estaba pasando y darme detalles?
Al escuchar eso, Petra alzó la vista y se lo quedó pensando unos segundos antes de responder en voz baja.
—¿Quiere que le haga un reporte por escrito en este momento?
Benjamín arrugó el entrecejo, fastidiado por la actitud tan distante y profesional de Petra.
—Te quedaste encerrada toda la noche en el baño de la oficina, ¿de verdad no pensaste en llamarme para pedir ayuda?
—Mi celular se quedó en el escritorio, no lo llevé al baño —respondió Petra con toda seriedad, sin una pizca de molestia en el rostro.
Si hubiera podido llamar, ni de chiste habría pasado la noche entera ahí encerrada.
El semblante de Benjamín se endureció.
—¿Y después? ¿Por qué no me lo contaste?
Petra mordió levemente la comisura de los labios.
—Usted seguía en Estado de Chavín y no regresaba. Seguramente estaba ocupado con asuntos difíciles. Lo que me pasó a mí no es nada comparado...
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