Petra sentía un nudo en la garganta, tanto que apenas podía respirar. Se inclinó hacia adelante y se metió de cabeza en el asiento del carro, acabando con la cabeza recargada en el regazo de Jimena.
Jimena bajó la mirada. Observó a su hermana, que se acurrucaba en su regazo como si fuera una niña haciendo berrinche. Sus ojos reflejaban resignación y, con voz tranquila, comentó:
—Solo te animas a hacer esto conmigo.
Si Petra intentara algo así frente a Benjamín, seguro él hasta la vida le entregaría, pensó Jimena.
En ese momento, Alejandro subió al carro. Echó un vistazo al retrovisor y preguntó en voz baja:
—Señorita Calvo, ¿a dónde vamos ahora?
—Vamos al estudio de Esteban —respondió Jimena.
Alejandro asintió y arrancó el carro.
Petra permaneció en silencio en el regazo de Jimena durante un buen rato, intentando tranquilizarse. No parecía tener prisa por levantarse. Con la cabeza aún apoyada en las piernas de su hermana, habló en voz baja:
—Hermana, déjame ir a la empresa a ayudarte.
—Soy buena diseñando, sobre todo juegos, y conozco muy bien lo que piensan las chicas de mi edad. Yo...
No terminó la frase porque Jimena la interrumpió de inmediato.
—¿Benjamín ya te dio permiso de irte?
Solo esa pregunta bastó para dejar a Petra sin palabras.
Se quedó con la mirada perdida un instante. Recordó la reacción de Benjamín en la oficina y, sin mucha certeza, respondió:
—Supongo que sí.
—¿Te lo dijo? —insistió Jimena.
Petra negó con la cabeza.
—Todavía no.
—Pero voy a hablar con él. Ahora mismo me debe detestar, seguro no quiere tenerme ni cerca en Grupo Hurtado.
En cuanto le pidiera, seguro la dejaría irse. Después de todo, el comportamiento de Benjamín ese día le había dejado claro que ella nunca fue tan importante para él.
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