Rebeca, desde la muerte de su madre, fue acogida por la familia Pineda y criada como una más.
No solo era la heredera de los Pineda, también cargaba con la misión de ser la hermana mayor.
Jimena levantó la mirada y le lanzó una ojeada a Petra, con voz tranquila le soltó:
—Cuando Rebeca vino a buscarte, ¿también te pusiste así, como si te escondieras en tu caparazón?
Petra negó con la cabeza.
—Por supuesto que no.
—Las enseñanzas del abuelo, siempre las tengo presentes.
Jimena asintió con un simple —Ajá—, y en sus labios se dibujó una sonrisa apenas perceptible.
—Ya que aceptaste el plazo de tres meses que te dio Benjamín, durante ese tiempo, mientras él no diga nada, tú vas a trabajar bien en Grupo Hurtado. Nada de salidas antes de tiempo.
Petra se quedó pasmada.
—¿No que hace rato me diste permiso de decirle a Benjamín que no quería ir a Grupo Hurtado? ¿Por qué ahora cambiaste de opinión?
Jimena giró la cabeza para mirarla de reojo.
—Si yo digo que no se puede, entonces no se puede.
Petra apretó los labios, y al ver los ojos serios de Jimena, bajó la cabeza con resignación. Ni se atrevió a refutarle.
—Está bien.
Jimena le revolvió el cabello con la mano.
—Portate bien estos días. No te preocupes, tu hermana va a lograr que te respeten.
Petra se quedó en shock por un momento. Alzó la cabeza para mirar a Jimena y, sin poder evitarlo, mordió suavemente su labio.
—Hermana, en realidad... no hace falta.
Más o menos entendía la intención de su hermana.
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