Mientras Petra seguía dándole vueltas a cómo zafarse de ese trabajo, le llegó otro mensaje de Anaís.
[Señorita Petra, ya vio el contenido del trabajo, ¿verdad? Si no tiene dudas, por favor llegue mañana temprano a la casa del señor Benjamín, según el horario establecido.]
Apenas Petra terminó de leer ese mensaje, Anaís le mandó enseguida la ubicación exacta, junto con el número completo de la casa.
[Ya hablé con la seguridad del fraccionamiento, así que puede entrar y salir sin problema.]
Petra se quedó mirando los mensajes de Anaís, se frotó el entrecejo y respondió:
[En la empresa no solo está Héctor como asistente, ¿verdad? Seguramente hay otros asistentes que pueden encargarse de este puesto.]
Anaís: [Lo siento, señorita Petra. Por ahora, no hay nadie más capacitado para este puesto. Héctor necesita reposo tres meses antes de regresar a la empresa, y en ese momento podrá relevarla.]
[Estas tareas, para usted, no deberían representar ningún problema.]
Petra leyó las palabras en la pantalla y soltó un suspiro.
Estaba claro que Anaís, desde el principio, nunca tuvo la intención de darle la opción de negarse.
Pasó un buen rato antes de que Petra le contestara a Anaís que llegaría puntual.
Anaís respondió casi de inmediato con una carita sonriente, un contraste total con los mensajes tan serios de antes.
Petra no dijo nada más, volvió a revisar el contenido del trabajo y, al ver que tenía que llegar a las seis de la mañana todos los días, le empezó a doler la cabeza.
Entrar a las seis, salir a una hora indefinida.
Como quien dice: acostarse más tarde que un perro y levantarse más temprano que un gallo.
Resignada, Petra dejó escapar otro suspiro, ajustó la alarma para que sonara a las cinco y, ya acostada en la cama, cerró los ojos y trató de obligarse a dormir.
...
A la mañana siguiente.
Sonó la alarma.
Petra abrió los ojos, miró el reloj y, arrastrando el cansancio, salió de la cama. Al correr las cortinas y asomarse por la ventana, vio que ni siquiera había amanecido.
Con la cabeza baja y moviéndose casi en automático, se fue a lavar la cara y cepillarse los dientes.
Petra subió a su carro y se dirigió directo a la casa de Benjamín.
Nunca antes había estado en la residencia de Benjamín en San Miguel Antiguo.
Entró al fraccionamiento, recorrió varios minutos bordeando el río, hasta llegar a la mansión donde vivía Benjamín.
Estacionó el carro frente a la entrada, bajó y, antes de cerrar la puerta, echó un vistazo hacia el río.
No era de extrañar que las casas en esa zona costaran millones.
El paisaje era espectacular.
Desde ahí no solo se podía ver el río, sino también el amanecer.
La luz dorada del sol empezó a disipar la oscuridad de la noche.
Petra respiró profundo, llenándose de ese aire fresco, y le sonrió a la mañana brillante.
—Si durante estos tres meses puedo disfrutar de un paisaje tan bonito cada día —pensó—, quizá el trabajo no sea tan malo después de todo.

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Traición en Vísperas de la Boda
Me gustaría saber cuántos capítulos faltan y cuando los publicará...