Benjamín miró a Petra, notando que solo bajaba la cabeza sin probar bocado. Con voz seria, le soltó:
—La reunión de hoy va a terminar hasta las once, ¿estás segura de que puedes aguantar hasta esa hora?
Petra negó con la cabeza. No, no estaba segura.
Además, en cuanto le daba hambre, su estómago empezaba a sonar. Solo de imaginarse en la sala de juntas, rodeada de tantos directores y jefes, y su panza haciendo ruidos... Se le revolvía el estómago de la pura vergüenza. Sentía que, si eso pasaba, su vida laboral quedaría arruinada para siempre.
Así que, sin pensarlo mucho, bajó la mirada y le dio una mordida al sándwich que Benjamín ya había probado.
Benjamín la observó por unos segundos, sus ojos se oscurecieron un poco, pero enseguida desvió la vista y se sentó de nuevo en su silla giratoria. Antes de sumergirse en el trabajo, le recordó:
—Come despacio, no hay prisa.
Petra asintió con la cabeza, todavía cabizbaja.
Hasta entonces, Benjamín apartó la mirada de ella.
Petra luchó por contener las ganas de llorar, se sentó en el sofá, girando un poco el cuerpo para que Benjamín no viera sus ojos enrojecidos.
Terminó el sándwich y se acabó la leche de su vaso. Luego, se levantó, tomó la charola y, al alzar la vista, vio a Benjamín sumido en su trabajo. No quiso interrumpirlo, así que salió sin hacer ruido de la oficina.
...
Faltaban solo unos minutos para que comenzara la reunión.
Petra organizó los documentos, los llevó a la sala de juntas y los acomodó en su sitio. Poco a poco, los altos mandos de la empresa empezaron a entrar. Como era la primera vez que veían a Petra, se le quedaron viendo más de la cuenta.
Ella, con calma, repartió botellas de agua en la mesa de la sala.
Alguien le agradeció.
—No hay de qué —respondió Petra en voz baja.
En cuanto habló, varios directivos se miraron entre sí. Les sonaba conocida esa voz, como si la hubieran escuchado antes.
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