La llamada fue respondida rápidamente.
Del otro lado, el ruido era ensordecedor.
Benjamín frunció el ceño y preguntó:
—¿Dónde estás?
Petra no escuchó lo que dijo Benjamín, así que salió de la fábrica con el celular en la mano.
—¿Qué dijiste?
—¿Que dónde estás? —repitió Benjamín, su voz teñida de fastidio.
Petra respiró hondo y respondió:
—Hubo un problema en una de las fábricas del Grupo Calvo y vine a resolverlo. ¿Necesitabas algo?
Benjamín frunció el ceño.
—¿Se te olvidó algo?
Petra apretó los labios y contestó con calma:
—Los mayores de la familia Hurtado no me aprecian mucho. Dadas las circunstancias, no creo que haya problema si mi nombre no se añade a los registros por ahora. Además, es solo un nombre que se puede quitar en cualquier momento para añadir a alguien nuevo. Me parece una formalidad sin sentido.
Tras sus palabras, el otro lado de la línea quedó en silencio.
Petra apretó con más fuerza el celular, pensando que tal vez sus palabras habían sido demasiado directas y le habían recordado a Benjamín cómo el nombre de Belén acababa de ser borrado de los registros de la familia Hurtado. Ella también guardó silencio por unos segundos.
Pero lo que decía era la verdad.
Las reglas de la familia Hurtado parecían muchas, pero no resistían el más mínimo escrutinio.
Si la posición de la antigua matriarca podía ser reemplazada con tanta facilidad, ¿qué sentido tenía ser añadida?
¿Solo para que un día te borraran?
De niña, cuando su abuelo le hablaba de las reglas de los Hurtado, sentía una profunda curiosidad.


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