Simón organizó una cena para celebrar a Joaquín, armó tremendo convivio y reunió a varios de sus compadres y amigos de siempre.
Cuando Joaquín llegó, el ambiente ya estaba bastante animado y todos estaban dándole duro a las copas.
Al verlo llegar solo, varios no pudieron evitar preguntar.
—¿Y la señora?
La mirada de Joaquín se volvió oscura, y por un instante se notó su molestia.
—No vino.
Simón, siempre el alma del grupo, se acercó rápido a saludarlo y, entre carcajadas, le contestó al que preguntó:
—A ver, aclara, ¿de cuál señora hablas? ¿La de siempre o la nueva?
Eso desató las risas de todos.
Simón aprovechó para seguir bromeando.
—La señora mayor nunca nos ha tragado, la neta. A este tipo de reuniones ni loca se aparece. Si viniera, seguro hasta nos haría mala cara y ninguno estaría a gusto. Pero si viene la más joven, ahí sí todos felices.
Joaquín le lanzó una mirada que claramente decía que estaba cruzando la línea.
—Cállate.
Simón, en tono de broma, se tapó la boca.
—Ya, ya, me paso. Al rato me echo tres copas de castigo.
Pero, como de costumbre, no pudo quedarse callado y siguió hablando.
—Aunque tampoco estoy diciendo mentiras. La señora tiene un carácter que solo tú aguantas, Joaquín.
El gesto de Joaquín se endureció.
—Si sigues hablando así de ella, no te quejes si un día dejo de considerarte mi amigo, Simón.
Simón se encogió de hombros, sin ganas de seguir discutiendo.
Sin darle más importancia, Joaquín fue a sentarse. El resto de los amigos se acercaron a brindarle, todos echándole flores y halagándolo.
Joaquín, por supuesto, disfrutaba el centro de atención.
Después de varias rondas, con la voz más grave, soltó:
—Después de hoy, probablemente no tenga tiempo para juntarme con ustedes.
Nadie se sorprendió, todos dijeron que lo entendían.
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