El dolor que sentía Estela en la mano era indescriptible, al igual que el rencor que surgía dentro de ella. Se masajeó la pequeña mano por instinto y estuvo a punto de ponerse a llorar. Después de un momento, sorbió la nariz y se puso de pie; luego, sacó un cuaderno del escritorio y comenzó a escribir algo.
Ninguno de los niños se mostraba sorprendido dado que Estela era muda y, por lo general, se comunicaba escribiendo en su cuaderno. Sin embargo, rara vez lo hacía, ya que casi nadie se acercaba a jugar con ella. Poco después, cuando terminó de escribir, dio vuelta el cuaderno hacia Tamara. Esta se llevó las manos a las caderas y resopló al leer la palabra «discúlpate».
—¿Cómo te atreves a pedirme que me disculpe contigo? —le preguntó de forma sarcástica—. Estela, tú te lo buscaste.
Dicho eso, se acercó a la niña con la cabeza en alto y extendió la mano, pensando en darle otro empujón. Estela jamás se imaginó Tamara volvería a empujarla, por lo que se quedó paralizada en el lugar y no pudo reaccionar. Andrés y Bautista las habían estado observando. Nadie notó cuando Tamara le dio un fuerte empujón a Estela y ellos dos solo lo notaron cuando la niña cayó al suelo. Dado que Tamara volvería a empujarla, ellos no pudieron contenerse más.
—¡Es suficiente! ¿Cómo pudiste agredirla? —Andrés se interpuso en su camino mirándola con severidad.
Tamara se quedó atónita ante la repentina aparición frente a Estela.
—¿Acaso tu mamá no te enseñó a pedir disculpas luego de cometer un error? —preguntó Andrés con dureza—. Ya que acabas de empujarla, debes disculparte con ella. —Irritado por la actitud dominante de Tamara, el niño emanaba un aura imponente.
La niña se sintió intimidada y miró con temor a su alrededor, esperaba que los demás niños la apoyaran. Instantes después, cuando nadie dio un paso al frente para hacerlo, solo pudo responder con culpa:
—Y-yo… —No tenía palabras para defenderse.
Al ver que Tamara se ruborizaba, Bautista se acercó a ella con resignación.
—No deberías herir a nadie como te plazca. ¡Eso es mala conducta! Se supone que no debemos pelear entre nosotros. Discúlpate con ella, ¿de acuerdo?
Bautista no tenía una voz tan autoritaria como la de Andrés, pero se sentía con un toque de severidad en el tono. Tamara, quien estaba al borde de las lágrimas, lo miró con timidez. Al verla, el niño parpadeó unos instantes y cedió.
—No llores; te verás fea si lo haces. Las niñas malas también suelen verse feas, sin mencionar que lastiman a los demás. Si no quieres ser una de ellas, ofrécele unas sinceras disculpas y automáticamente serás una buena niña después de que ella te perdone.
Tamara se sorbió la nariz con fuerza, conteniéndose para no llorar. «¡De ninguna manera! ¡No quiero ser una niña fea! Pero las niñas malas suelen verse feas…».
—Lo siento. No debí haberte empujado. ¿Podrías perdonarme? —se disculpó con Estela luego de dudarlo bastante.
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