—¿Quién es Luciano, mami? ¿Por qué nos escondemos de él? —preguntaron los niños al ver lo inquieta que se veía su madre.
Lentamente, Roxana volvió en sí y les acarició la cabeza, sonreía como si todo estuviera bien.
—No es nadie importante. Es solo que siento cierto rencor hacia él. Quiero que ambos se escondan cada vez que escuchen su nombre, ¿sí?
—De acuerdo, mami —asintieron los niños.
Luego de que la mujer apartara la mirada, los pequeños se miraron con curiosidad. «¿Qué pudo haber sucedido entre mamá y papá? Parece que un gran malentendido».
Mientras ella continuaba pensando sobre lo que podría sucederle a Magalí, los niños volvieron a hablar:
—Mami, nos fuimos con mucha prisa. Si ese hombre comienza a sospechar, podría revisar las cámaras de seguridad y encontrarnos con facilidad —recordó Andrés.
Ella se tensó al instante.
—¡Dios mío! Lo olvidé por completo, ¿qué hago?
«Estaba tan concentrada en huir que olvidé las cámaras. Luciano ya podría estar aquí. No puedo quedarme. Tengo que llevar a los niños a casa ahora mismo».
Al ver la reacción de su madre, los niños se dieron vuelta para ocultar sus sonrisas y, solo después de que lo hicieron, la consolaron.
—No te preocupes, mami. Yo me encargaré de esto. —Bautista tomó su portátil y comenzó a escribir en el teclado. En poco tiempo jaqueó las cámaras de seguridad del restaurante y eliminó todas las imágenes—. Terminé.
Luego de eliminar la grabación, el niño miró a su madre con los ojos brillantes, esperaba con ansias que lo halagara. Después de suspirar aliviada, Roxana abrazó a sus hijos.
—Gracias a Dios que los tengo. Acaban de salvarme.
Los pequeños eran conscientes de que ella seguía nerviosa, así que dejaron que los abrazara un poco más de tiempo.
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