Roxana recobró la calma de inmediato y desvió la mirada de Abril a Jonatan. Perspicaz como siempre, el hombre no tardó en darse cuenta de la incomodidad entre las dos mujeres así que se acercó de manera despreocupada hacia Roxana y se aseguró de bloquear la línea de visión de Abril mientras lo hacía.
—Doctora Jerez, mi abuelo ya la espera arriba. ¿Subimos?
Roxana asintió y el hombre giró hacia Abril para excusarse. Luego, ambos comenzaron a caminar hacia las escaleras y, en cuanto llegaron al primer escalón, Abril volvió a hablar:
—Señorita Jerez, escuché que su tratamiento ha ayudado mucho al gran señor Quevedo. Creo que aprovecharé la oportunidad para visitarlo y ver cómo hace su magia.
Después de decir eso, la joven comenzó a seguirlos. Claramente disgustada, Roxana frunció el ceño; sin embargo, como Jonatan no se opuso, no tuvo más remedio que fingir que Abril no existía.
Con el tratamiento, Alfredo se había recuperado mucho, tanto que estaba en condiciones de regresar a su dormitorio. Al llegar a la habitación, encontraron al anciano apoyado en la cama y parecía estar de buen humor.
—Abuelo, la doctora Jerez está aquí —anunció Jonatan mientras guiaba a Roxana hacia la cama.
—Doctora, muchas gracias por atenderme —dijo Alfredo mientras le sonreía agradecido—. Si no fuera por usted, hoy no estaría vivo.
El anciano había visto a Roxana durante los tratamientos anteriores, pero había estado tan débil que apenas si podía hablar. En ese momento, y tras haberse recuperado durante algunos días, por fin encontró la energía para agradecerle en persona.
—Ni lo mencione, gran señor Quevedo —respondió sonriendo con cortesía—. Después de todo, soy médica y usted es mi paciente. Me siento igual de feliz y realizada de verlo en proceso de recuperación.
Sin más preámbulos, la joven se sentó junto a la cama y comenzó a esterilizar sus herramientas. Al ver lo concentrada que estaba, Alfredo incrementó mucho su aprecio por ella de manera instantánea.
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