Abril no le había quitado los ojos de encima a Luciano, así que, cuando lo vio mirando a Roxana por el asunto del matrimonio, comenzó a arder de la envidia.
—No hay necesidad de apresurar la boda —respondió él, mirando a Roxana.
«¡Ja! Veamos si puede seguir tan tranquila después de esto».
A pesar de que la mujer se sorprendió por un instante ante la respuesta de Luciano, enseguida recobró la compostura. «¿Y qué si no están casados todavía? Es solo cuestión de tiempo antes de que lo hagan. ¿Por qué debería estar sorprendida?», pensó, bajó la mirada y siguió comiendo con indiferencia; como si su interacción anterior no tuviera nada que ver con ella.
A Abril le sorprendió bastante la respuesta de Luciano. «Qué extraño. La última vez que hablé con él sobre la boda, insinuó que quería cancelarla. ¿Por qué cambió de opinión?».
Alfredo frunció el ceño, era evidente que estaba descontento con la respuesta.
—Luciano tiene razón —dijo Abril antes de que el anciano pudiera decir algo—. En cualquiera de los casos, no saldré corriendo, así que no hay necesidad para apresurarnos, gran señor Quevedo. Estamos bien, ¿no es así? Además, no ha sido fácil para Luciano encontrar tiempo para visitarlo, es mejor que no hablemos de nosotros. Deberíamos hablar de asuntos más felices.
«Si prolongamos este tema, me temo que Luciano podría revertir la situación y revelar su intención de anular el compromiso. ¿Cómo puedo arriesgarme a dejar que lo diga en frente de Roxana? Me sentiría bastante humillada si lo hace».
Una vez más, Jonatan que tenía vista de águila notó la renuencia de Abril para hablar sobre la boda.
—Así es Luciano, ama su trabajo más que cualquier otra cosa —intervino el hombre—. Déjalos en paz, abuelo. Estoy seguro de que él tiene sus planes.
—No niego que el trabajo sea importante, pero no es correcto seguir posponiendo la boda, ¿o sí? —se quejó Alfredo—. Han pasado muchos años, pero Estela aún no tiene una madre que la cuide. No sé qué están pensado, pero me duele el corazón por ella.
Nerviosa, Abril dio una breve y vaga respuesta. En cuanto pensó en Estela, Roxana también se sintió un poco desconsolada. «Por eso la niña siempre se aferra a mí; es porque no tiene madre». Justo cuando se sumía en sus pensamientos, de repente, escuchó que Alfredo le habló:
—¿Y usted, doctora Jerez? ¿Está casada?
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