Antes de que el grupo se dirigiera al piso de abajo, Alfredo le preguntó a Roxana si podía levantarse de la cama en su estado. En cuanto obtuvo su aprobación, dejó que Jonatan y el mayordomo lo sostuvieran y bajó despacio las escaleras.
Roxana mantuvo la cabeza baja cuando se sentó en la mesa del comedor; hizo lo mejor que pudo para no llamar la atención. Por desgracia, parecía que Frida quería complicar la situación haciéndole preguntas a ella y a Abril cada tanto; debido a Alfredo, Roxana respondió todo.
—Señor Fariña —dijo el mayordomo desde la puerta.
Todos escucharon la breve respuesta de Luciano con su voz grave y vieron su alta y esbelta figura frente a ellos.
—Hola, gran señor Quevedo. —Luciano lo saludó y le dio un vistazo a la sala, cuando sus ojos se posaron en Roxana, no pudo evitar detenerse un momento.
Ella se clavó las uñas en las palmas de la mano mientras sostenía su mirada y asintió con calma. Sin más preámbulos, él levantó las cejas y respondió con una sonrisa.
—Toma asiento. Abril estuvo esperándote casi todo el día —dijo Frida con gusto haciéndole señas para que se sentara junto a su amiga.
Antes, Frida había utilizado la excusa de que su abuelo quería agradecerle a Roxana para que esta se sentara frente a él, mientras que ella y Jonatan se sentaban junto a Roxana, como tal, el único asiento vacío era el que estaba junto a Abril. No obstante, dado que la mujer sabía que Luciano tenía una relación más cercana con el anciano que ella, se puso de pie de inmediato y le cedió su lugar. De esa manera, el hombre se encontraba junto a Alfredo y también justo enfrente de Roxana. Al verlo sentado frente a ella, la mujer se tensó mientras bajaba lentamente la mirada.
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