Real Fortia
En un pequeño patio de un barrio humilde, el chirrido de los pájaros se mezclaba con el bullicio lejano de la ciudad. En la entrada, un lujoso carro negro relucía bajo el sol, contrastando con la sencillez del lugar.
Dentro del carro, un hombre enfundado en un traje hecho a la medida revisaba su costoso reloj con el ceño arrugado. Sus ojos, llenos de impaciencia, recorrían la esfera antes de soltar un suspiro pesado. Sin esperar más, empujó la puerta y salió, su andar seguro resonando en el pavimento.
En el interior del patio, Melisa Orozco, vestida con ropa sencilla y gastada, trabajaba la tierra con una pala vieja. Sus manos, acostumbradas al esfuerzo, removían una parcela donde crecían unas plantas extrañas, ajenas al entorno.
Bruno Orozco apretó la mandíbula mientras avanzaba con pasos largos y decididos. El enojo se marcaba en su cara.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —lanzó Bruno, la voz cargada de molestia.
Melisa levantó la mirada un instante, apenas dedicándole atención.
—Trabajando la tierra. ¿Algún problema?
—Te he estado esperando afuera durante dos horas, ¿y tú aquí perdiendo el tiempo con estas tonterías? —Bruno, ya de por sí con un semblante duro, parecía aún más severo—. Deberías tener claro que eres parte de la familia Orozco.
Melisa siguió con su labor, sin apresurarse, su tono tranquilo.
—¿Y eso qué?
—¿Y eso qué? —Bruno soltó una risa incrédula, casi burlona—. Este tipo de cosas no van con tu posición. No lo vuelvas a hacer. Además, vine a buscarte dejando de lado un proyecto de varios millones de pesos. No me hagas perder el tiempo.
Por fin, Melisa se detuvo. Lo miró con firmeza, sin decir palabra.
—Melisa, escúchame bien. La familia Orozco no es como el antro donde creciste. Todas esas mañas que aprendiste con Giselle, mejor guárdatelas. No te creas mucho solo porque eres mi hermana. Sí, compartimos sangre, pero no tengo ninguna obligación de reconocerte.
La voz de Bruno era la de alguien dando órdenes a un empleado, sin pizca de afecto, como si la idea de haber encontrado a su hermana le resultara hasta ridícula.
La familia había criado durante diecinueve años a una hermana que no era de sangre. Y ahora, la joven que había crecido en el ambiente de un bar resultó ser la verdadera hija de los Orozco.
El escándalo sacudió a toda la familia. Nadie podía aceptar que la hermana de sangre había sido criada por una trabajadora de un antro. Para colmo, los informes decían que Melisa ni siquiera terminó la prepa; la expulsaron y nadie sabía exactamente por qué, pero estaba claro que no había hecho nada bueno.
Y ese patio, por culpa de la mujer que la crio, siempre estaba lleno de hombres y desconocidos. Bruno prefería no imaginar si Melisa había terminado en manos de alguno de ellos...
Cada vez que lo pensaba, le hervía la sangre. ¿Cómo era posible que tuviera que dejar un proyecto millonario para llevarse a esa hermana llena de manchas a casa?
Melisa le echó una mirada de reojo, pero no dijo nada. Caminó hasta la puerta y la abrió.
Bruno entró furioso.
—¿No que muy valiente? ¿No que podías sacarme cuando quisieras? Me gustaría ver que seas igual de dura para decir que no quieres volver con la familia Orozco.
Melisa lo miró de arriba abajo. A pesar de la ropa de lujo, sólo veía a un hombre rabioso y fuera de control.
—No tengo ningún interés especial en regresar con los Orozco. Pero, dime, ¿te atreves a regresar sin mí?
—Tú... —Bruno se quedó sin palabras.
La verdad es que no se atrevía. Su abuelita había jurado que, si no llevaba a Melisa de vuelta, haría un escándalo. Y él no estaba dispuesto a enfrentar ese problema.
Melisa lo miró con calma.
—Si vas a buscarme, al menos hazlo con algo de respeto. Ya debes saber suficiente de mí para entender que tengo mal carácter. Así que mejor deja esa pose de maestro...

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: La Verdadera Heredera que Regresó del Infierno