Al volver del departamento de la maestra Verónica, Candela recibió una llamada. Era la madre de Fidel.
—¿Mamá, pasó algo?
—¡¿Todavía me lo preguntas?!
La voz de Beatriz explotó desde el auricular con el volumen de siempre. Candela, con el ceño fruncido, alejó un poco el celular de su oído, tratando de evitar que le retumbaran las palabras.
—Escuché que llevas días sin aparecerte en casa. ¡Daya ha estado sola y ha tenido que irse con Fidel a la oficina porque nadie la cuida!
—Candela, ni siquiera puedes tener hijos, y ahora ni la niña que ya tienes puedes cuidar. ¡¿De verdad te crees digna de llamarte mujer?!
Ese tipo de humillaciones, Candela ya las había escuchado demasiadas veces en los últimos cinco años.
Antes, para no meter en líos a Fidel, siempre fingía que no le afectaban, por más hirientes que fueran las palabras de su suegra.
Pero ahora, que el divorcio con Fidel ya era inminente, que había perdido incluso a un hijo... ¿cómo podía seguir aguantando los ataques de Beatriz?
Candela respiró hondo, luchando contra el nudo de emociones en el pecho, y contestó con calma:
—Daya no es solo mi responsabilidad. Fidel también es su papá, él tiene la misma obligación de cuidarla.
—Además, en la casa hay suficientes empleadas. ¿De verdad nadie puede encargarse de una niña?
—Daya ya tiene cinco años. Ya lo había mencionado antes: podríamos llevarla a un jardín de niños. Una maestra particular es buena, sí, pero el ambiente escolar le ayudaría a fortalecer su carácter y a socializar. Fidel ya había estado de acuerdo. Si quiere puede consultarle, y decidan ustedes lo que crean mejor para Daya.
—¡¿Pero qué cosas dices?!
La voz de Beatriz subió como si le hubieran pisado un callo.
Nunca había soportado del todo a Candela. Si la había tolerado estos años era porque, de alguna manera, había cuidado a Fidel y a la niña. Pero ahora… ¿cómo se atrevía a hablarle así?
—¡Candela, yo sabía que nunca has querido a Daya! ¡Ahora hasta convences a mi hijo para que mande a la niña a un jardín de niños! ¡Por algo no salió de tu vientre, no tienes corazón para quererla!
Viendo que Beatriz se estaba pasando de la raya, Candela, por primera vez, la interrumpió.
—Mamá, Fidel y yo vamos a divorciarnos. De ahora en adelante, lo que pase con Daya no me lo tiene que decir. Ya no tiene que preocuparse por si la trato bien o no.
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