Resulta que él vino aquí para acompañar a la mujer con la que tuvo una cita arreglada, a recoger un cuadro.
Resulta que no es que no le interesara la galería, solo que no le interesaba venir con ella.
...
No pasó mucho antes de que Antonia subiera.
Acababa de cerrar una venta enorme y, de tan buen ánimo, ni siquiera había llegado hasta donde estaba Candela cuando ya le sonreía de oreja a oreja.
—¡Hermana, la pintura que vendí hace rato me dejó un treinta por ciento de ganancia! ¡Hoy te invito a cenar algo delicioso!
—Ay, otro día más envidiando las historias de amor ajenas...
—¿Viste al tipo que subió hace rato? Es Fidel, el presidente de Grupo Arroyo. Justo hoy, él compró ese cuadro para regalárselo a esa señorita.
—Dicen que Fidel se casó hace cinco años, pero no sé si esa chica era su esposa...
Candela cerró los ojos, y contestó con una voz tan suave que apenas se escuchaba.
—Ella es su cita de presentación...
Antonia se quedó sorprendida.
—¿Y tú cómo lo sabes?
Candela abrió los ojos despacio. Sus pestañas temblaban y en sus bonitos ojos se acumulaba una neblina de tristeza que partía el alma.
Se forzó a sacar una sonrisa amarga, mientras acariciaba su dedo anular, vacío.
—Porque... todavía no me he divorciado de él.
Antonia alcanzó a decir algo, pero Candela ya no escuchaba nada.
Un zumbido recorrió sus oídos, y al siguiente segundo, todo se volvió negro.
...
Cuando volvió en sí, estaba acostada en una cama de hospital.
Tenía una vía en la mano, y al mirar por la ventana, notó que ya era de noche.
No pasó mucho antes de que la puerta del cuarto se abriera.
Antonia entró cargando un termo.
—¿Ya despertaste? Te compré avena, come un poco, ¿sí?
—Antonia, gracias por todo.
...
Esa misma noche, Candela regresó a su departamento.
Su salud no mejoraría de un día para otro, pero quedarse en el hospital no tenía sentido.
Además, tenía mucho trabajo pendiente y no quería perder tiempo.
Antonia la llevó en el carro hasta la entrada del edificio.
—¿De verdad no quieres que me quede contigo?
La miró preocupada, notando lo pálida que estaba Candela.
Candela tomó su bolsa, abrió la puerta y bajó. Desde la ventanilla, le hizo una señal de despedida a Antonia.
—No te preocupes, solo necesito dormir y estaré bien. Gracias por todo lo de hoy, maneja con cuidado.
—Bueno, entonces descansa mucho.
Candela vio cómo Antonia se alejaba en el carro. No tenía ganas de subir tan pronto, así que se quedó un rato caminando sola por la plaza del conjunto.
Ahora, seguro que Fidel y esa chica ya estaban avanzando en su relación, y probablemente en estos días le pediría el divorcio.

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