—Recuerdo que te encantan los desayunos de este lugar.
Zaira tomó la caja de comida, la destapó y, en cuanto la vio, una sonrisa iluminó sus ojos: dentro estaba todo lo que más le gustaba desayunar.
Los ojos de la mujer brillaban con un resplandor especial.
—No lo puedo creer, después de tanto tiempo sigues recordando que me fascina el desayuno de aquí.
Por un instante, los ojos de Fidel reflejaron una sombra de nostalgia, pero enseguida recuperó la compostura, sin dejar que Zaira sospechara nada.
—Por supuesto. Aprovecha mientras está calientito.
...
Cuando Candela llegó al salón del evento, todavía había poca gente. De inmediato se metió en modo trabajo: ajustando una a una las piezas de cerámica, verificando la luz, cuidando cada detalle para que cada objeto luciera lo mejor posible.
La gente fue entrando poco a poco; la mayoría eran posibles compradores. Candela, mientras platicaba con ellos, intentaba adivinar su poder adquisitivo y cuáles piezas les interesaban de verdad.
Desde el segundo piso, Gael observaba a Candela moverse con soltura entre los asistentes y asintió, satisfecho.
Se volvió hacia su amiga, que lo acompañaba.
—Verónica, tu alumna sí que tiene madera, ¿eh?
El orgullo en el rostro de Verónica era imposible de disimular.
—Eso no es nada. Si hubieras visto a Candela hace cinco años, entenderías por qué, aunque ya estoy a punto de jubilarme, todavía quiero guardarle un lugar en el doctorado de este año.
Candela sintió la mirada sobre ella y levantó la vista justo a tiempo para descubrir a la maestra Verónica y al señor Gael observándola desde el balcón.
Sabía que, gracias a la recomendación de su maestra, había conseguido la oportunidad de dirigir esta subasta. Pensar en el apoyo incondicional de su profe, incluso después de todo, le llenaba el corazón de gratitud.
Terminó de organizar lo que tenía en las manos y subió a saludar a ambos.
—¡Maestra! ¡Señor Gael!
En la vida, equivocarse de camino no es lo peor; lo importante es saber rectificar a tiempo.
Como dice el dicho: más vale tarde que nunca.
...
Cuando Zaira y Fidel llegaron, el salón estaba ya repleto. Aunque la mayoría de los presentes pertenecían a las familias más conocidas de Ciudad Solsticio, al ver a Fidel, no dudaron en acercarse a saludar.
Zaira iba del brazo de Fidel, ambos transmitiendo una cercanía tan natural que para todos era evidente: eran pareja. Por eso, la trataron con especial atención.
Los dos juntos eran la viva imagen de una pareja ideal: él, exitoso y carismático; ella, elegante y encantadora.
Desde hacía años circulaban rumores sobre el matrimonio de Fidel, incluso se decía que tenía una hija.
Tal vez, la mujer a su lado era precisamente la famosa “señora Arroyo”.

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