Candela echó un vistazo a la enorme perra que estaba en el elevador. Aunque ya se había hecho lo más chiquita posible en la esquina, no podía evitar sentir miedo.
Además, ella y la señorita Zaira solo se habían topado por casualidad. Y aunque fueran vecinas, eso no significaba que se fueran a frecuentar en el futuro.
Ante la invitación tan entusiasta de Zaira, Candela prefirió rechazarla.
—Mejor no, no quiero incomodarlas.
En ese momento, el elevador llegó justo a su piso y Candela salió apresurada.
Zaira le sonrió y agitó la mano para despedirse.
Las puertas del elevador se cerraron y Candela, suspirando con alivio, caminó hacia su departamento.
Dentro, la oscuridad era total. El aire se sentía pesado, como si la tristeza se hubiera instalado en cada rincón. Candela abrió todas las ventanas para dejar que el aire fresco entrara.
Se dejó caer en el sofá, cerró los ojos e intentó descansar.
De pronto, un estallido la sobresaltó. Miró hacia afuera y vio cómo los fuegos artificiales iluminaban el cielo, llenando la noche de color y destellos.
Candela recordó a la chica que acababa de conocer. Decía que su pareja le prepararía una sorpresa. Seguramente, esos fuegos artificiales eran para ella.
—Qué suerte la de esa mujer —pensó Candela, sintiendo una punzada en el pecho.
Hubo un tiempo en el que ella también soñó con que Fidel le diera una sorpresa así, con vivir juntos un momento tan romántico.
Pero después de cinco años esperando, nunca logró que él la mirara como ella quería.
Por suerte, ya no le importaba…
Cerró las ventanas, se calentó un vaso de leche y, tras tomar su medicina, se metió en la cama.
Esa noche durmió como hacía mucho no lo hacía. Al despertar, se sentía ligera, como si una carga se hubiera desvanecido.
Había comprado ese departamento justo porque, al salir al balcón en la mañana, podía ver el primer rayo de sol de Ciudad Solsticio. El reflejo dorado sobre el río, las montañas a lo lejos y el agua centelleante le daban la mejor bienvenida al día.
Preparó café y se sentó en la mecedora del balcón, disfrutando la calma de ese instante.
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