El cuerpo de Candela se elevó de pronto, sin previo aviso. Instintivamente, estiró los brazos y rodeó el cuello de Fidel, buscando no caerse.
En ese instante, Fidel ya había levantado el pie y caminaba hacia la puerta, decidido.
Llevaban cinco años casados; Candela conocía sus intenciones. Sabía perfectamente lo que él planeaba hacer en ese momento.
¡Pero ya estaban por divorciarse!
¿Entonces a qué venía esto?
—¡Bájame ahora mismo!
Candela empujó el pecho de Fidel con ambas manos. Sin embargo, la fiebre la tenía agotada y la voz le salía ronca; la poca fuerza que le quedaba apenas alcanzó para hacerle cosquillas.
En un parpadeo, Fidel la llevó cargando hasta la recámara principal.
De nuevo, Candela se encontró en esa cama tan conocida, el lugar donde habían compartido tantas noches.
Apenas iba a decir algo, cuando Fidel se inclinó sobre ella, acercándose demasiado.
—¡Fidel, ¿qué te pasa?! ¿Qué piensas hacer?
Candela se hizo bolita, encogiéndose y sentándose con precaución sobre la cama, la mirada encendida de alerta.
Fidel frunció ligeramente el entrecejo y, sin decir palabra, extendió la mano hacia ella.
Justo cuando Candela evaluaba cómo salir corriendo, Fidel pasó la mano por encima y abrió el cajón de al lado.
Sacó un termómetro y lo dejó caer sobre Candela, luego se enderezó. Su voz fue tan cortante como siempre.
—¿De verdad pensaste que iba a hacerte algo?
Mientras hablaba, los ojos de Fidel recorrieron a Candela con una expresión burlona.
¡Por supuesto! Fidel jamás se dejaría llevar por algún impulso hacia ella.
Candela se reprochó por dentro; tal vez, para Fidel, ella ni siquiera era una mujer de verdad.
Dejó el termómetro a un lado y se bajó de la cama.
Fidel, en ese momento, se desabrochaba los puños de la camisa. Al notar que Candela intentaba irse, la sujetó de la muñeca, arrugando el entrecejo.
—¿A dónde crees que vas?
La jaló hacia él, quedando tan cerca que Candela alcanzó a percibir un aroma extraño.
Era perfume de mujer.
—Te la pasas días fuera y cuando regresas, usas la enfermedad de Daya como excusa y te vistes así. ¿Crees que no me doy cuenta de lo que buscas?
Hizo una pausa, la mirada dura como piedra.
—Hasta te enfermaste de tanto esforzarte. Candela, ¿no te cansas de buscar pretextos absurdos?
Las palabras de Fidel terminaron por apagar la poca calidez que quedaba en Candela.
Así que, en su cabeza, todo lo que ella hacía era solo para seducirlo.
Alzó la vista, enfrentando la mirada desdeñosa de Fidel.
Ella también tenía orgullo; no iba a dejar que él pensara que estaba jugando. No quería que Fidel creyera que el divorcio era solamente una estrategia para llamar su atención. La verdad era que tampoco podía soltar el lazo que los unía a los tres.
Aun así, contuvo las ganas de llorar y, por primera vez, le dijo a Fidel palabras que no sentía, solo para proteger su dignidad.
—¿De verdad crees que quiero cuidar a Dayana?
Se le quebró apenas la voz, pero siguió:
—¡Ni siquiera es mi hija! ¿Por qué tendría que importarme? ¿Con qué derecho me exiges nada?

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