—¿Y tú? Dices que eres su verdadero padre, pero cuando ella estaba enferma y se sentía mal, ¿dónde estabas tú?
...
En ese momento, Dayana estaba justo afuera de la puerta. No se había perdido ni una sola palabra de lo que Candela acababa de decir.
La pequeña, descalza, se quedó ahí parada, sin saber qué hacer ni a dónde moverse. De repente, la verdad se le estampó en el pecho: Candela no la quería como una hija de verdad.
—Señorita, ¿por qué está aquí sin zapatos?
Una de las empleadas apareció de repente, la levantó en brazos con suavidad y se la llevó de vuelta a la habitación infantil.
Dayana, todavía con la carita húmeda, miró la puerta cerrada y se restregó los ojos con fuerza, negándose a dejar salir ni una sola lágrima más.
Si Candela no la quería, entonces ella tampoco iba a esforzarse en quererla.
...
Dentro de la habitación, Fidel observaba a Candela con una distancia apabullante.
No podía creer que todas esas palabras hubieran salido de la boca de Candela. Siempre había sido algo caprichosa y celosa, pero nunca había dejado de tratar bien a Dayana. ¿Cómo era posible que hoy hablara así?
—¡Candela! Jamás imaginé que fueras tan cerrada de mente. No se te olvide que yo acepté casarme contigo...
Candela lo interrumpió, fastidiada, sin dejarlo terminar.
—¿A poco no te cansas tú de repetir lo mismo? ¡Te casaste conmigo sólo para que Dayana tuviera una mamá! Ya hasta me da flojera escucharlo.
—Y ahora que ya encontraste a alguien más para cuidar a Dayana, ¿por qué no la traes de una vez para que se haga cargo de ella? ¿Te da pena? ¿O será que ya te diste cuenta de que cuidar a una niña no es cosa fácil?
—Tú te la pasas toda la noche con tu nueva conquista y me dejas a la niña a mí, a esta “mujer calculadora”, ¿y todavía quieres venir a darme lecciones de paternidad? ¡Qué buen padre eres!
Cuando terminó de soltar todo, Candela empujó a Fidel, que estaba bloqueando la puerta, y salió de la habitación sin voltear atrás.
El golpe de la puerta retumbó fuerte a sus espaldas.
Fidel se quedó solo. La rabia se le subió a la cabeza al escuchar ese portazo. ¡Esa mujer! ¡Tuvo el descaro de azotarle la puerta en la cara!
Estaba claro: lo había estado siguiendo y se había enterado de lo de Zaira. ¿Será que la había consentido demasiado últimamente? ¿Por eso Candela se atrevía a seguirlo, a irse de la casa, a desentenderse de Dayana y luego aventarle toda la responsabilidad?
¡Candela era imposible!
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