Al ver a Candela con los ojos humedecidos, Dayana asumió que ya no estaba enojada.
La pequeña se lanzó directamente a los brazos de Candela, rodeándole el cuello con sus bracitos mientras murmuraba con ternura:
—Te extrañé mucho…
El aroma dulce y suave de la niña, junto con esa vocecita tan tierna, le apretó el corazón a Candela. En ese instante, se prometió a sí misma que, hasta que el divorcio con Fidel fuera definitivo, haría todo lo posible por cuidar de Daya.
Eso sí, ya no pensaba consentirla en todo como antes.
Amaba a Daya, pero no volvería a sacrificar su propio bienestar por complacerla en todo.
—Daya, yo también te he extrañado muchísimo —dijo Candela, mirándola directo a los ojos, pronunciando cada palabra con calma.
—Pero lo que pasó la vez pasada me puso muy triste. No puedes volver a ser tan caprichosa, ¿entendiste?
Dayana, todavía abrazada a su cuello, asintió con la cabeza.
—¿Entonces puedes hacerme el arroz conejito? Hace mucho que no lo preparas…
Candela acarició la cabecita de la niña y, cargándola en brazos, se dirigió hacia la casa.
Ya que Fidel no había regresado todavía, pensó que era buen momento para pasar un rato con Daya.
...
En Residencias Monarca, las empleadas al ver a Candela de vuelta supusieron que había hecho las paces con el señor de la casa. Cuando Candela vivía ahí, no notaban mucha diferencia. Pero después de varios días sin la señora, se dieron cuenta de que la casa no funcionaba igual sin una dueña al mando.
Ahora, al verla regresar, todas la recibieron con mucha más calidez que antes. La llamaban “señora” a cada rato, esperando que esta vez sí fuera la última vez que se marchaba de casa.
Candela llevó a Daya directo a la cocina.
—Espérame aquí un momento, voy a prepararte algo de comer.
Daya asintió, abrazando a su muñeco de conejito mientras se sentaba a esperar.
Poco después, Candela terminó de preparar el curry. El aroma llenó toda la cocina, abriendo el apetito de cualquiera.
Con paciencia, moldeó el arroz en forma de un conejito y, con un toque de salsa de tomate, dibujó un moño rosa en una de las orejas.
El conejito parecía tan real que daba pena comérselo.
Finalmente, vertió el curry de leche de coco sobre el arroz.
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