Del otro lado de la línea, Maite escuchó cómo Ariel llamaba “Joha” a Johana. También oyó cuando él le dijo que estaba acompañando a Johana y al abuelo a cenar. En ese momento, Maite se quedó en silencio.
Pasaron varios segundos. Finalmente, Maite preguntó con una voz suave:
—Ariel, ¿de verdad compartir una comida sencilla con Joha y su abuelo es más importante que la cena de cumpleaños de mi abuelo?
Ariel apartó la mirada de la figura decaída de Johana. No respondió a la pregunta de Maite, solo dijo con voz tranquila:
—Hablamos luego.
Sin darle tiempo a decir más, colgó el celular.
...
En la casa de los Carrasco.
Maite estaba sola en el patio, escuchando el tono de llamada que indicaba que Ariel había colgado. Poco a poco, bajó la mano derecha que sujetaba el celular, y su expresión se fue apagando.
Ariel ya no era el mismo.
Ahora Johana le importaba.
Con la mirada perdida en las flores y plantas del jardín, Maite se quedó pensativa un buen rato. Murmuró para sí:
—Ariel, si Johana es tan importante, ¿entonces yo qué? ¿En dónde quedo? ¿Y Lorena?
En ese momento, la señora Verónica salió de la casa con gesto alegre y preguntó:
—Maite, ¿ya llamaste a Ariel? ¿Ya viene? Tu abuelo sigue esperando a que llegue para empezar la cena.
Al oír la voz de su madre, Maite se recompuso de inmediato. Giró con una sonrisa y respondió como si nada pasara:
—Mamá, Ariel está ocupado con un asunto, hoy en la noche no va a poder venir. Mejor empiecen, no lo esperen.
La señora Verónica frunció el ceño:
—¿Tan ocupado está un sábado? ¿Qué puede ser tan importante?
Maite mantuvo la sonrisa:
—Mamá, con una empresa tan grande, seguro que está ocupado. Mejor entren a cenar, no hay que esperarlo.
Convencida por la explicación, la señora Verónica tomó de la mano a Maite y le dijo:
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