—Al viejo ni le dio tiempo de hablar cuando Johana soltó una sonrisa serena y comentó: —Solo los que tienen todo se sienten invencibles, en cambio, los que no consiguen nada, siempre están inquietos.
El viejo, al escuchar el razonamiento de Johana, replicó: —A veces, hija, piensas de más.
Ante el regaño, Johana solo le apretó la mano con dulzura y sonrió sin decir nada.
En ese momento, el viejo suspiró con nostalgia: —Últimamente sueño mucho con tu abuela, con tus papás… los sueño vivos, como si todavía estuvieran aquí.
La abuela de Johana se había ido cuando ella tenía apenas cuatro o cinco años. Los recuerdos que le quedaban de ella eran apenas retazos, imágenes sueltas que apenas lograba juntar.
Al escuchar la melancolía en la voz de su abuelo, Johana le sostuvo la mano y dijo: —Abuelo, todavía me tienes a mí. En cuanto termine con estos pendientes, recojo mis cosas y vengo a vivir contigo.
—No te puedes quedar conmigo para siempre —respondió el viejo, negando con la cabeza—. Tienes que hacer tu propia vida. Yo lo que deseo es que seas feliz, que encuentres a alguien que te acompañe.
Johana le sonrió, intentando tranquilizarlo: —Mira, todos estos años he estado sola y no me ha ido nada mal. Y además, ahora estoy fuerte y con salud, así que no te preocupes por mí.
El viejo soltó un suspiro largo: —Todavía eres joven, no lo entiendes.
Johana volvió a consolarlo, platicaron un rato más y luego lo acompañó a su cuarto para que descansara.
Cuando terminó de atenderlo, Johana subió a su habitación para darse un baño. Mientras se secaba, notó una pequeña marca de mordida en el hombro, cortesía de Ariel.
Se tocó el lugar con cuidado; aún le dolía un poco.
Al ver esa marca tan clara, Johana entendió muchas cosas.
Si no hubiera pedido el divorcio, si hubiera seguido aguantando como antes, seguramente seguiría desgastándose por dentro.
Ariel seguiría sin regresar a casa, su nombre seguiría apareciendo en las tendencias de las redes sociales cada tanto, y ella seguiría lidiando con sus líos amorosos.
Al escuchar la explicación, Marisela bromeó: —Eso pensé, tú ni para esas cosas tienes mañas. Si todavía ni terminas con mi hermano y ya te andas ligando a Fermín… Aunque la verdad, Fermín tiene buen perfil. Si de verdad se te da la oportunidad, no la dejes ir.
Johana soltó una risita: —Deja de bromear, Marisela. Apenas y me doy abasto con el trabajo, ¿crees que voy a estar pensando en otras cosas?
Además de los robots para el hogar, ahora Hugo la había metido al equipo del proyecto de energía inalámbrica. No tenía tiempo ni para respirar, mucho menos para andar en otras cosas.
Al terminar de hablar, Marisela volvió a la carga: —¿Y tú y mi hermano? ¿Cómo van? Dicen que hoy regresó de viaje, ¿cierto?
Johana dejó la toalla sobre la mesa y respondió: —Dijo que en estos días va a arreglar los papeles. En cuanto tenga noticias, te cuento.
Marisela la aconsejó: —Joha, aunque tú y mi hermano ya no vayan a seguir, tampoco te claves solo en el trabajo. Si llega alguien que valga la pena, aprovecha mientras eres joven. No dejes que se te pase el mejor momento.
Johana sonrió: —Ya sé, tranquila. Lo mismo te digo, búscate a alguien que valga la pena. Yo digo que Raúl no estaría nada mal para ti.

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