Después, tras ver cómo la otra persona se alejaba, Johana por fin tomó su almuerzo y se sentó despacio.
...
Pasada la una, cuando todos regresaron, Ariel se acercó.
Dejó una ración de comida que había pedido del hotel sobre el escritorio donde Johana trabajaba, y dijo con voz tranquila:
—Come.
Luego añadió:
—Todo es recién preparado, pedí platos nuevos.
Al escuchar la voz de Ariel, Johana levantó la mirada hacia él y contestó en voz baja:
—Hace rato ya comí.
Ariel quedó en silencio.
Con la mirada baja, Ariel se quedó observando a Johana por un momento. Ella seguía enfocada en su trabajo, como si él no existiera.
Ariel retiró la mano que tenía sobre el paquete de comida, metió ambas manos en los bolsillos y se dio la vuelta para marcharse.
Johana, concentrada en la pantalla y tecleando sin parar, solo alcanzó a ver de reojo cómo Ariel se alejaba. No levantó la cabeza.
Ni siquiera lo miró.
La feria tecnológica continuaba. Ariel, después de dejar la comida, volvió a la empresa. Fermín y los otros directivos también se marcharon.
Solo quedaba el público visitante. Al llegar las dos de la tarde, el evento se abrió al público en general.
Ese día, el lanzamiento de productos de Avanzada Cibernética fue un éxito total. En los primeros diez minutos de la presentación, las preventas ya superaban los tres mil ochocientos millones de pesos.
Al final del día, la cifra de preventas era impresionante.
Después de todo, un robot multifuncional no costaba menos que un carro de lujo.
Además, Avanzada Cibernética no solía lanzar productos para uso doméstico.
Por la noche, Hugo Escobar organizó una cena. Asistieron todos los empleados de la empresa, además de algunos accionistas y varios usuarios que habían probado el producto.
Ariel asistió, Fermín también, e incluso el abuelo de Fermín, el señor Gerardo, estuvo presente.
El señor Gerardo era asesor técnico de Avanzada Cibernética.
El ambiente en el salón era animado. Como responsable del proyecto, Johana alzó su copa en varias ocasiones y terminó tomando más de la cuenta.
Así que, al terminar la reunión, ya caminaba dando tumbos.
En la entrada del hotel, después de que Hugo se asegurara de que el señor Gerardo quedara con Fermín, le entregó a Johana a Ariel:
—Señor Ariel, te encargo a Johana, ¿sí?
En ese momento, Hugo no sabía que Johana y Ariel ya habían solicitado el divorcio, solo sabía que seguían siendo esposos.
Ariel sostuvo a Johana, que apenas podía mantenerse en pie, y dijo:
—No se preocupe, señor Hugo, yo me encargo de Johana.
Entonces, Ariel levantó la mirada hacia Teodoro y le indicó:
—Vayamos a Casa de la Serenidad.
—Sí, señor Ariel —respondió Teodoro.
Aunque asintió de inmediato, por dentro pensaba que la cerradura seguro tenía registrada la huella de Johana, así que sí podrían entrar al departamento.
Pero, al final, cuando el jefe da una orden, solo hay que seguirla, sin dar sugerencias o meterse de más.
Afuera, la ciudad brillaba con miles de luces, llena de vida y movimiento, en contraste con la tranquilidad que reinaba dentro del carro.
Por el alcohol, la respiración de Johana era más pesada de lo normal, y hasta se escuchaba de vez en cuando algún pequeño ronquido.
Eso no pasaba cuando estaba sobria; generalmente, su respiración era casi imperceptible, pero hoy, el alcohol hacía que todo cambiara.
Ariel, al escucharla, sonrió levemente y volvió a besarla en el cabello, con más intensidad que antes.
Luego, entrelazó sus dedos con los de ella, subió su mano hasta sus labios y la besó con fuerza.
Él quería a Johana, siempre la había querido.
Si no la quisiera, ¿por qué le habrían importado tanto los secretos de su diario? ¿Por qué habría estado peleando con ella estos tres años?
Si no la quisiera, nunca habría aceptado ese matrimonio.
A decir verdad, aunque el señor Gerardo no hubiera propuesto la boda, Ariel tarde o temprano habría tomado la iniciativa.

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