No Me Dejes, Aunque No Te Lo Mereces romance Capítulo 36

Ariel empujó la silla hacia atrás con el pie y se levantó. Johana, sorprendida, también se puso de pie de inmediato y le preguntó, asombrada:

—¿Qué haces aquí?

En ese momento, Johana de verdad no se esperaba que Ariel llegara. Ella no le había contado nada sobre la enfermedad de su abuelo.

Ariel metió ambas manos en los bolsillos del pantalón, y aunque Johana mostró sorpresa, él la miró con una expresión impasible.

Apenas unos minutos antes, Ariel había recibido una llamada de Raúl. Le contó que el abuelo de Johana se había desmayado esa tarde en casa y ahora estaba en el hospital.

En cuanto escuchó eso, el ánimo de Ariel se tornó sombrío.

Nadie le había avisado antes, ni una sola palabra al respecto.

Después, cuando llamó a casa para preguntar, se dio cuenta de que todos estaban enterados. Todos habían pasado a ver al abuelo. Todos, menos él. Y fue Raúl quien tuvo que decírselo.

La expresión de Ariel mostraba molestia. Johana bajó la mirada hacia el abuelo, luego se apresuró a informarle:

—El abuelo está bien, se despertó en la tarde y ya le hicieron todos los estudios. Ahora está dormido, no tienes que preocuparte. Mejor ve a hacer tus cosas.

Ella sabía que Ariel no era de angustiarse por el abuelo; solo estaba siendo cortés.

Seguramente Ariel estaba fastidiado porque alguien le contó y tuvo que dejar de estar con Maite para venir.

Ya ni modo.

Mejor que regrese con Maite. Si el abuelo despierta y ve a Ariel con esa cara de pocos amigos, seguro se va a sentir peor.

Cuando entraron a la habitación, Ariel la miró de reojo y comentó con voz seca:

—¿Y a estas horas qué quieres que haga?

...

La indiferencia de Ariel era evidente. Johana simplemente lo observó.

Después de unos segundos, sin querer darle más vueltas, le dijo con tono distante:

—Si quieres, siéntate.

Dicho esto, ella también volvió a sentarse.

No había sido ella quien lo llamó, así que no pensaba discutir con él.

Si quería mostrar esa actitud, que lo hiciera. Total, ya no quedaban muchos días así.

Johana no le prestó atención, lo que hizo que Ariel pensara que estaba molesta porque él llegó tarde. Eso solo lo hizo sentirse peor.

Pero fue ella quien no le contó nada.

Ariel jaló la silla frente a Johana y se sentó. No dijo nada, tampoco sacó el celular. Simplemente la miró, sin mostrar emoción.

Johana tampoco lo miró. Siguió sujetando la mano del abuelo, en silencio total, con la mirada fija en el anciano.

Ya no era como antes, cuando estar a solas con Ariel la ponía nerviosa y no podía evitar prestarle toda su atención.

—Tú siempre estás muy ocupado. Pensé que era mejor no molestarte.

Cada palabra, incluso los silencios, marcaban la distancia entre ambos.

Ariel la miró con más dureza.

Sin una pizca de emoción en la cara, la observó unos segundos y luego soltó, con tono cortante:

—Voy afuera a fumar.

Solo entonces Johana lo miró de nuevo:

—Haz lo que quieras.

Ariel salió de la habitación. Johana mantuvo la vista en la puerta un instante antes de regresar su atención al abuelo.

Ariel cerró la puerta tras de sí y se alejó por el pasillo. Al llegar a una esquina, se recargó con flojera contra la pared y encendió un cigarro.

Dejó que el humo saliera pesado de su boca, mientras bajaba la mirada hacia el anillo en su dedo anular.

Levantó la mano, contemplando el anillo como si no reconociera su propio reflejo.

Solo cuando el cigarro se consumió y le quemó los dedos, se sobresaltó y lo apagó en el bote de basura cercano.

Ya sin cigarro, Ariel giró la vista hacia la habitación del abuelo. No entró, tampoco fue al cuarto de Maite. Prefirió sentarse en una banca larga del pasillo.

Estiró las piernas, cruzándolas sin pensar, y se dejó caer con ese aire despreocupado, las manos colgando a los lados, como si fuera un modelo recién salido de una revista.

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